BLACK MOUNTAIN: IN THE FUTURE O LA PSICODELIA DEL SIGLO XXI
Stephen McBean ya había grabado varios discos cuando tomó la decisión de engendrar una nueva banda. En 1995, unos pocos años atrás, fundaba Jerk With A Bomb y bajo este alias llegaban al mundo Death to false metal, The old noise y Pyrokinesis. Este último trabajo se editó en 2003, cuando el grupo funcionaba de manera aceptable dentro del underground canadiense. Sin embargo, un renovado concepto pugnaba por abrirse paso hacia el exterior. Fue de esta manera como McBean comenzó a componer canciones que distaban notablemente de lo que habitualmente presentaba junto a Joshua Wells, la otra mitad de Jerk With A Bomb. Las nuevas creaciones demandaban una mayor riqueza instrumental, algo que no podía limitarse solo a cuatro manos, por lo que colaboradores como Amber Webber comienzan a trepar al escenario. Y así llega un momento en el que tenemos canciones y músicos que las tocan; solo falta un nombre. Black Mountain suena perfecto.
El primer disco de esta nueva formación funcionó notablemente bien y logró arrancar al grupo de las cavernas de su Vancouver natal. Algo había cambiado. Black Mountain se impregnó rápidamente de un ligero halo de buenaventura que los enfilaba hacia un mañana prometedor. Su propuesta gustaba y mucho se hablaba de unas influencias centradas en el sonido de la lisergia y el progresivo de los años sesenta y setenta. Algunos tótems del mainstream como Coldplay comenzaron a contar con ellos como teloneros.
Black Mountain publican In the future
Los tres años siguientes pasaron entre giras o periodos de creación que solidificaron las raíces de la banda y llevaron a la composición de lo que sería su segundo trabajo de estudio. Este vería la luz en 2008 y se llamó In the future. Fue, además, el disco que los consagró definitivamente como uno de los grupos más comentados en la escena del nuevo rock psicodélico. Principalmente por su atrevimiento y por esa experimentación que los llevaba a mostrar sonoridades tan dispares, por lo arriesgado de un compendio de canciones que recibió muy buenas críticas al mismo tiempo que atesoraba no pocos comentarios en la dirección contraria, principalmente por alejarse de la esencia de Black Mountain, el debut homónimo de la banda en 2005.
Porque la realidad dicta que con In the future, Stephen McBean y compañía logran dar una llamativa vuelta de tuerca al proceso que habían iniciado con su primer y anterior disco. Lo que aquí se ofrece es un cóctel de esencia retro; aromas del pasado con tintes de improvisación, largos desarrollos ambientales, riffs potentes, sonidos pesados, trazas de folk, pasajes ambientales repletos de psicodelia, fuzz, ácido, espacio sideral. Se trata de un disco complejo y atractivo, con canciones en constante evolución que riegan incesantemente el cerebro con nuevos estímulos; con toda clase de matices, sonoridades y texturas. Es estridencia en estado puro. Un viaje alucinado por lo más trillado del género que, no obstante, suena fresco y contemporáneo sin soltar nunca el amarre que lo sujeta firmemente al punto de anclaje de sus referencias directas.
Los pormenores de un gran disco
En lo musical, los Black Mountain de In the future suenan bien compactos. Los años de cristalización pesan y el conjunto gana con el tiempo transcurrido. La dupla de voces de Stephen McBean y Amber Webber funciona a la perfección y se deja arropar entre toda esa atmósfera de órganos, sintetizadores y mellotrones que de vez en cuando envuelven el traje. La base rítmica es intensa y pesada, en ocasiones tribal. Los riffs de guitarra se mueven entre el stoner y el rock clásico mediante distorsiones que alcanzar toda clase de efectos saturados. Sin embargo, también hay instantes acústicos de evocación folk o de languidez casi minimalista.
El disco se abre con un corte potente como Stormy high, un ejercicio de exhibición de las cualidades de los Black Mountain más rotundos. Esta contundencia se repite en otras piezas como Evil ways, aunque en forma de stoner cargado de teclas y con un golpeteo de batería casi primitivo. Angels, por su parte, fundamenta uno de los momentos de mayor evocación del conjunto, especialmente por esa melodía central que parece estar llamada a cobrar mayor protagonismo del que luego se le concede. El folk más preceptivo queda reducido al arrebato hippie de Stay free, aunque la sombra de lo acústico vuelva a asomar tras otros cortes como Wild wind o ese cierre tan discreto como efectivo que es Night walks.
Un viaje a través de la psicodelia
¿Y la psicodelia?, se preguntarán algunos. Pues lo envuelve todo, más o menos, pero es especialmente notable en tres o cuatro canciones. Wucan es una de ellas gracias a ese sentido de lo espacial que ocupa buena parte de sus seis minutos de duración, con teclado orientalista incluido. Otro punto clave es Tyrants, que empieza metiendo tralla y enseguida baja de tono para adentrarse en un laberinto de ruiditos, baquetazos bien marcados y una constante ambientación de corte épico que sube y baja sin descanso. Pero la medalla de oro se la llevan los casi diecisiete minutos de Black lights, el epítome psicodélico de este conjunto. Este corte es al mismo tiempo el principal punto de ruptura del disco; muchos lo odian y otros tantos lo reverencian. Luego están los que simplemente lo toleran. Es largo, muy largo, y cuenta con tramos de exclusiva calma ambiental que, sin embargo, vienen de y conducen a momentos de intenso y potente groove distorsionado. Una delicia, en definitiva, para oyentes con paciencia.
Como ya hemos comentado unos párrafos más arriba, In the future recogió buenas críticas, aunque hubo quienes no llegaron a comprender la necesidad del grupo por experimentar con nuevas sonoridades. Aquí, Black Mountain presentó una colección de canciones tan variada como arriesgada. La apuesta, sin embargo, llegó a funcionar de manera especialmente cohesionada y muy bien engrasada. Tanto que esta dinámica se convirtió en una tónica habitual para un grupo que ya siempre deja pasar varios años entre sus lanzamientos y se mantiene bien amarrado a la innovación o la sorpresa, aunque invariablemente dentro de las orillas de la psicodelia y de todos esos ecos que transportan tan bien al oyente hasta las multicoloristas praderas de las felices décadas del ácido y la lisergia.
Imágenes de David Jones 大卫 琼斯, Paul Hudson y Mic Wernej.
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