A FUEGO LENTO. CHRIS ROBINSON BROTHERHOOD Y SU BIG MOON RITUAL
En 2011, The Black Crowes se encontraban sumidos en uno de sus habituales hiatos. Ya fuese por desavenencias creativas, por choques personales o por cualquier otro quebranto, la eterna tensión entre los hermanos Robinson había saltado de nuevo a la palestra para poner fin a su primer periodo de reconciliación. Durante muchos años, Chris y Rich Robinson habían aceptado el papel de abanderados del rock clásico a nivel mundial en un contexto marcado por todas las tendencias rupturistas que surgieron a comienzos de los noventa. Este era un escenario, a priori, nada favorable para abogar por lo sureño, la psicodelia y el canon de los años setenta. Pero The Black Crowes triunfaron. Mucho; eso ya lo sabemos todos. Y mientras el grupo crecía y se consolidaba, la relación entre los hermanos fundadores iba desmoronándose en paralelo hasta el punto de que su vínculo no sobrevivía más allá del ámbito profesional. Cosas que pasan, a veces las familias discuten. El caso es que en 2011 el mayor de los cuervos decide tomar un nuevo rumbo y bautizarlo como Chris Robinson Brotherhood. Si el nombre es un guiño malintencionado a su hermano biológico, queda en manos de la especulación.
Furgoneta, hierba, carretera y manta
Parece ser que Chris Robinson tenía las ideas muy claras sobre el papel que representaba en el mundo de la música. Él quería ser un intérprete a la vieja usanza, perpetuar su idea del clasicismo más puro y no participar activamente en lo que se consideraba el establishment del rock, pese a formar inevitablemente parte de él. Para empezar a moldear su nuevo proyecto, contactó con una serie de músicos de larga trayectoria y demostrada valía escénica. Estos fueron el batería George Sluppick, el bajista Mark Dutton, el teclista y ex Black Crowes Adam MacDougall y, especialmente, el guitarrista Neal Casal. Juntos, dieron forma a un grupo que nacía con pocas pretensiones, pues, con todo ya ganado, Chris Robinson solo aspiraba a algo de proximidad. “Un grupo psicodélico de la granja a la mesa”, en palabras de su fundador. “Montar una banda local que solo toque en California”, añadía, “ver a dónde nos lleva la música y pasarlo bien”. Vamos; furgoneta, marihuana y actuaciones en directo.
Pero como sucede en muchas ocasiones, la cosa termina por salirse de los límites establecidos y Chris Robinson Brotherhood asumen una gira de ciento dieciocho conciertos en Estados Unidos. La razón no es otra que el buen funcionamiento del producto desde sus momentos más embrionarios. El público reaccionó favorablemente y abrazó con vehemencia ese concepto de banda hippie que cocinaba su música con calma y se abocaba a largas jams de improvisación, de esas que se conoce el principio pero nunca se sabe cuándo ni de qué modo terminarán. Ahí estaba la esencia de grupos como Grateful Dead o The Allman Brothers Band, pero renovada y actualizada. Así, la idea de gira permanente tuvo que suspenderse brevemente porque Chris Robinson Brotherhood deciden dar un paso adelante y entrar en el estudio para grabar lo que sería su primer disco.
Y el resultado es Big moon ritual
Big moon ritual se publica el 5 de junio de 2012, fue grabado en los estudios Sunset Sound de Los Angeles y está formado por siete canciones. Pocas, dirán algunos. Sí, pero ninguna de ellas baja de los siete minutos de duración y esto es precisamente uno de los puntos fuertes del conjunto. Aquí las cosas se toman con calma; este es un disco que requiere una escucha pausada o un entorno donde la música pueda fundirse con el ambiente sin hacerse con él completamente. A mí, por ejemplo, me encanta escucharlo en el coche, especialmente en viajes por carretera. Robinson canta de manera suave, cuidadosa, y su voz se hace acompañar a la perfección de los absorbentes pasajes instrumentales marcados en su mayor parte por la guitarra limpia y precisa de Neal Casal, sin menospreciar la labor del resto de intérpretes, faltaría más.
Chris Robinson Brotherhood, el virtuosismo con calma
Los temas del disco conforman un cúmulo de sonidos propios de los años sesenta y setenta, especialmente de esos de esencia hippie basados en el virtuosismo y la tendencia a los largos discursos en forma de jam session. Hay momentos de gracia psicodélica que dejan muy buen sabor de boca y, en general, la música fluye, discurre con naturalidad dejando en el aire una agradable sensación de improvisación. El arrebato más rockero del disco lo encontramos en Rosalee, aunque nadie debería esperar una explosión especialmente potente. Aquí predominan los medios tiempos, los temas largos y meditados que, sin embargo, nunca se hacen pesados gracias al fluir inteligente de los cambios de ritmo y la alteración de tramos instrumentales con pasajes cantados. La sensación general es la de un mecanismo perfectamente ensamblado y aseado a diario.
Este es uno de esos discos de los que es difícil escoger un tema predilecto. Yo muestro una especial inclinación hacia Star or stone, pero esto tal vez se deba a que fue la primera canción que escuché del grupo. En general, todos los cortes tienen algo que llama la atención. Si uno de ellos no te engancha particularmente al principio, seguro que lo hará a mitad de su desarrollo o en su parte final.
Durante toda su carrera, Chris Robinson Brotherhood se mostró como un grupo especialmente prolífico. Su disolución tuvo lugar en 2019, tras la muerte de Neal Casal. Mientras tanto, dejaron un total de trece grabaciones entre discos en estudio, ep y unos pocos directos. No era nada extraño que en un mismo año publicasen dos trabajos diferentes. De las sesiones de este Big moon ritual, por ejemplo, salieron también las canciones que formarían su segundo álbum, The magic door. Por otra parte, nunca perdieron la esencia fundacional de su génesis y se mantuvieron firmes frente a esa idea de grupo en constante gira, aunque el estado de California se les quedase pronto demasiado pequeño.
Imágenes 1 y 2 de Theresa C. Sanchez.
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