
PINK FLOYD. DE PORTADAS, CAMPIÑAS Y CERDOS VOLADORES
No hay mucho que decir sobre Godmersham. Sabemos que es un pequeño pueblo del distrito de Ashford, en el condado de Kent, Inglaterra. Ahí hay una bonita iglesia consagrada a San Lorenzo y todo el lugar ocupa una superficie de cerca de dieciséis kilómetros cuadrados que se extienden verdes y suaves a través de la campiña. Pero poco más se puede contar sobre este lugar al margen de las rencillas vecinales que inevitablemente habrán tenido lugar a lo largo de los siglos y que aquí, siendo francos, poco nos importan. Sin embargo, en diciembre de 1976 las tornas cambiaron cuando las arbitrarias resoluciones del destino colocaron en el centro de actualidad musical a este pequeño pueblo del distrito de Ashford, en el condado de Kent, Inglaterra.
Un poco de contexto
A mediados de la década de los setenta del siglo XX, el país de Churchill, The Beatles y Benny Hill vivía una situación compleja a nivel político y social. El bienestar de las décadas anteriores había dado paso a una ya larga situación de crisis energética, inflación y desempleo que se dejaba notar en las calles con un denso aroma de malestar y desazón. El punk comenzaba a florecer como un movimiento social de corte nihilista y contestatario que ponía a los viejos estándares culturales en la mirilla de sus acciones provocativas, algunas tan aparentemente nimias a los ojos de nuestra época como la famosa camiseta de Johnny Rotten con la leyenda “I hate Pink Floyd”. Y en medio de todo este escenario, Roger Waters, David Gilmour, Nick Mason y Richard Wright trabajaban en lo que sería el décimo álbum de estudio de su grupo.

Animals había sido concebido como un trabajo de corte conceptual con el que Pink Floyd describía la desigual sociedad británica de la época siguiendo el modelo que George Orwell había planteado en su Rebelión en la granja; salvo que aquí la crítica se centraba en la sociedad de consumo en lugar de en el modelo político comunista. Así, el disco estaba protagonizado por cerdos, perros y ovejas que representaban el papel de mandatarios, agentes de la ley y ciudadanos sumisos respectivamente. En el fondo, el trasfondo de Animals no difería en exceso del ideario propio del punk, aunque las formas de expresión se situaban claramente en las antípodas.
Pink Floyd tras la portada perfecta
Una vez que el nuevo material fue compuesto y el disco terminó de grabarse, llegó el momento de diseñar la portada. Para ello se contó con quien ya había puesto imagen a varios de los trabajos editados por la banda hasta la fecha: el famoso colectivo Hipgnosis. Teniendo en cuenta la línea argumental de Animals, se propusieron varias opciones entre las que destacaba una que mostraba a un niño descubriendo a sus padres actuando “like animals”, en pleno proceso de ayuntamiento carnal. Sin embargo, la idea no prosperó y fue el propio Roger Waters quien encendió la chispa creativa que desencadenaría todo el episodio que constituye la razón de ser de esta narración.
A pocos metros de la orilla del Támesis a su paso por Londres, cerca del parque de Battersea y junto al puente de Chelsea, se eleva Battersea Power Station. La imponente mole de ladrillo de esta construcción llamaba poderosamente la atención de un Roger Waters que por aquel entonces residía en el barrio de Clapham y pasaba frecuentemente por la zona. Para él, Battersea Power Station estaba cargada de un fuerte simbolismo relacionado con Pink Floyd: la imagen invertida del edificio se le asemejaba a una mesa con cuatro grandes patas que representaban a cada uno de los miembros de la banda. Por otra parte, es fácil imaginar que el propio estado de la central en horas bajas de actividad reflejaba el contenido social de Animals y la realidad de un país sumido en un momento de crisis económica e industrial. Con todo esto en mente, Battersea Power Station se postuló como una candidata imbatible para protagonizar la portada del nuevo disco de Pink Floyd.

Pero a todo este bagaje conceptual que giraba en torno a la imagen de la fábrica habría que sumar una última y enfática ocurrencia marca de la casa Waters: incluir un cerdo suspendido en el aire que, con su mera naturaleza de animal volador, respondiese a la pregunta de cuándo iba a solucionarse toda esta situación política y social. Y es aquí cuando entra en escena Algie, un enorme puerco inflable de unos trece metros de envergadura diseñado por el artista Jeffrey Shaw junto a la empresa alemana Ballon Fabrik.
Cuando los cerdos vuelen
El dos de diciembre de 1976, Algie se elevó hacia las alturas por primera vez. La idea era sencilla: el globo relleno de helio volaría hasta situarse entre dos de las chimeneas de la estación, momento en el que sería fotografiado e inmortalizado en forma de icónico e imperecedero símbolo de la cultura popular presente y venidera. Un plan sencillo y sin fisuras. Además, y a cuenta de garantizar la seguridad, el globo estaría anclado al suelo para evitar que pudiese alcanzar el preciado don de la libertad. Pero eso no era todo, pues el equipo había contratado también a un francotirador con la exclusiva misión de seguir a Algie desde su punto de mira y propinarle un certero disparo que lo devolviese al nivel de los peatones en caso de fallar las anteriores medidas preventivas. Al final todo fue bien, pero se decidió repetir la sesión al día siguiente debido a ciertas inclemencias del tiempo.

Y Algie voló por segunda vez. Pero esta vez se rompió el amarre que lo sujetaba a tierra y el gigantesco cochino comenzó a surcar los cielos sin más voluntad que la dictada por el viento londinense que empujaba sus cuartos traseros. ¿Y qué pasó con el francotirador?, ¿acaso erró el disparo? No, simplemente no estaba presente porque el manager de Pink Floyd no había contemplado una contratación que se prolongase durante más de un día. Como decíamos, Algie voló, y en su camino errático y libertario invadió el espacio aéreo del aeropuerto de Heathrow provocando cierto caos que derivó en cancelaciones y retrasos de varios de los vuelos programados para ese día. Aubrey Powell, cofundador de Hipgnosis, fue llamado a disposición policial mientras las autoridades londinenses llenaban los depósitos de varios helicópteros que despegaron con el surrealista objetivo de dar caza a un colosal cerdo volador que se deslizaba por entre las nubes en busca de un destino incierto, lejos del radar de unos perseguidores que nunca darían con él.

Y ahora, regresamos a Godmersham
El reverso luminoso de relatar hechos reales sobre los que no se dispone de mucha información detallada es que el cronista puede hacer virar su relato hacia terrenos propios de la hipótesis. Y es así como me gustaría regresar a Godmersham, dibujando un idílico y probablemente utópico día de comienzos de diciembre en Inglaterra. Un día protagonizado por un radiante sol que luce en el centro de un incólume cielo azul solo violentado por una suave y agradable brisa que sopla desde el noroeste. También quisiera imaginar que es domingo, o cualquier otro día festivo en el que los habitantes del lugar puedan dejar morir las horas con pausa y deleite. Tal vez paseando por una campiña inundada del suave aroma de miles de flores silvestres, charlando sobre banalidades o rodando a lomos de viejas bicicletas con cestita de mimbre en el manillar. Es posible que también se vea algún conejito saltando distraído por aquí y por allá, o que incluso un pequeño grupo de ocas cruce la escena en desordenada y bucólica fila india. Un día de postal.

Pero en cuestión de segundos todo vira y una plomiza sensación de incertidumbre se posa sobre Godmersham. Los pelos de los brazos se erizan, los cuerpos se encogen en torno a un extraño latigazo de frío, los perros aúllan mientras corren en círculos, algún niño se orina encima y todo el pueblo dirige instintivamente la mirada hacia un cielo que se torna oscuro y hostil por momentos. La razón es una sombra. Una insólita silueta que avanza y desciende tiñendo de negro las verdes colinas mientras amenaza el corazón del pueblo. Ahí, cientos de personas observan paralizadas por un terror ancestral cómo lo que parece ser un monstruoso animal de granja volador fija en ellas sus ojos depredadores, inyectados, aunque ya no tanto, en el gas que hace volar a los globos de feria.
La más probable es que la historia de cómo Algie surcó cerca de cien kilómetros para terminar estrellándose contra un campo en Godmersham sea mucho más prosaica que la relatada en los párrafos anteriores. Fuese como fuese, hacia las nueve y media de la noche un hombre telefoneó a Aubrey Powell para preguntar si era él quien buscaba un cerdo, porque, de der así, este había aterrizado en su terreno y había dado un susto de muerte a sus vacas.
El fin de la aventura de Algie
Y aquí terminó el rapto libertario de Algie. El globo fue devuelto a sus dueños y las sesiones de fotos se reanudaron, aunque de poco sirvieron. Según el equipo artístico, el primer día de trabajo había destacado por un cielo increíble al más puro estilo de Turner que ya nunca más se repetiría. Esto provocó que finalmente se decidiese utilizar una fotografía trucada en la que se superpuso la figura del cerdo volador a una imagen tomada el primer día. En palabras de Powell, la famosa portada de Pink Floyd es en realidad “una fotografía completamente falsificada”.

Si este relato tuviese que tener una moraleja, probablemente estaría relacionada con estas últimas líneas. Pero no la tiene, creo, o al menos no es este el lugar donde vaya a generarse una interpretación aleccionadora. Sin embargo, sí que hubo consecuencias. Y es que toda la aventura copó los periódicos londinenses durante unos cuantos días y Pink Floyd pudo ahorrar un montón de libras en publicidad. El impacto fue tal que Algie se convirtió en algo así como la mascota de la banda, un elemento que pasó a formar parte de la escenografía de sus actuaciones en vivo y sobre cuyos derechos de propiedad hubo mucho que discutir en el proceso judicial que Roger Waters emprendió contra los tres restantes miembros del grupo poco tiempo después.
Pero esa, es otra historia.
Imágenes de Loco Steve, Brian Toward y Jonathan Rhodes.
Que buen@ eres Nebraska. Muy interesante, entretenido y bien escrito y documentado. Gracias, esperamos mas joyitas como esta…….
Muchas gracias, Teceo, así da gusto publicar un primer artículo.
Un contenido muy interesante.
Que buena información nos comparten, gracias. Muy bien redactada esta y las demás notas, no se hace tedioso al leer y bueno, conocer nuevos cotilleos sobre buenas bandas y artistas, siempre se agradecerá… espero lo que sea que siga!!!
Hola, Antonio. Muchas gracias por tu comentario. Ya sabes; cada jueves, nuevo material 😉