ALICE, O TOM WAITS A TRAVÉS DEL ESPEJO

ALICE, O TOM WAITS A TRAVÉS DEL ESPEJO

Alice Liddell aún no había alcanzado los cuatro años de edad cuando conoció a Charles Lutwidge Dodgson. Ella era hija del decano del colegio Christ Church, en Oxford, y él un joven profesor de matemáticas aficionado a la fotografía que terminó por forjar una amistad con la chiquilla y varias de sus hermanas. Estamos en 1856 y Dodgson tiene veinticuatro primaveras recién cumplidas. Su estrecha relación con las hijas de los Liddell se prolongó en el tiempo; las pequeñas le servían como modelos para sus fotografías y este, además, acostumbraba a acompañarlas durante largas excursiones ribereñas en las que se relataban toda clase de historias fantásticas. Dado su carácter altivo y descarado, Alice siempre resultó la favorita de Dodgson. Fue en 1862 cuando la niña le propone sellar en tinta y sobre el papel uno de los últimos cuentos que este le había narrado, uno que le había gustado especialmente y que, firmado con el pseudónimo Lewis Carroll, terminó por publicarse bajo el título Las aventuras de Alicia en el país de las Maravillas. La obra no tardó demasiado en trascender lo privado para convertirse en un clásico de la literatura y suscitar toda clase de adaptaciones, desde cinematográficas o teatrales pasando por musicales. Varias de estas confluyen en Alice, de Tom Waits.

Alice Liddell

De dramaturgos y músicos

En 1992 se estrena en el Thalia Theatre de Hamburgo una obra musical que explora la obsesión que sentía Lewis Carroll por Alice Liddell. La narración de esta relación (tal vez un tanto turbia desde la óptica actual; inocente y aparentemente limpia bajo el prisma de la contemporaneidad decimonónica) fue dirigida por el dramaturgo Robert Wilson y contó con una partitura escrita por Tom Waits. Alice se mantuvo en escena durante dieciocho meses y, más adelante, llegó a ser representada en teatros de diversos puntos del mundo.

Esta no era la primera colaboración entre dramaturgo y músico, pues ambos, junto a William S. Burroughs, ya habían estrenado la obra The black rider unos años antes. Alice tampoco sería su último trabajo en equipo; Wilson y Waits volverían a compartir espacio de trabajo en el año 2000 para dar forma a Woyzeck, una adaptación del clásico inconcluso del autor alemán Georg Büchner. De entre todas estas composiciones pensadas para el teatro, las que formaban la partitura de The black rider ya habían sido grabadas en estudio para un disco que vio la luz en 1993. Ahora, casi diez años después, Waits decide repetir la jugada, pero publicando dos álbumes simultáneos: Blood money con las canciones de Woyzeck y Alice con las de la obra de idéntico título.

Estos dos trabajos fueron publicados al mismo tiempo por la compañía ANTI-. Así que cualquiera de ellos puede considerarse alternativamente como el decimocuarto o el decimoquinto disco del músico. Continuando con la estela del país de las Maravillas, Alice recoge regrabaciones de prácticamente la totalidad de la partitura que sonaba en la obra de teatro estrenada en 1992. Estas canciones no relataban episodios de la novela; aquí no hay conejos blancos u orugas azules, ni mucho menos gatos de Cheshire o sombrereros locos. En su lugar, Tom Waits ofrece una serie de narraciones altamente melancólicas que funcionan con el combustible de los sueños rotos y de los amores frustrados; de la tristeza, la desesperación, la locura y la resignación. En sus propias palabras, estas son “canciones para adultos dirigidas a niños, o canciones para niños dirigidas a adultos. Es un torbellino o un sueño febril, una poesía tonal con canciones melódicas y valses… una odisea sin sentido y con la lógica de un sueño”. Signifique lo que signifique, ahí queda la cita.

Seres de dos caras, hombres sin cuerpo

Pero lo que sí que encontramos en Alice son algunos ejemplos de la tendencia que siempre ha mostrado Tom Waits hacia el mundo de lo fenomenal y de las criaturas que caminan más allá de las lindes de lo normativo. De los seres de feria, para que nos entendamos. El primero de ellos habita en Poor Edward, una afligida tonada inspirada en la leyenda urbana de Edward Mordake. De este personaje se dice que tenía dos caras; su rostro habitual y otro que, adosado a su nuca, actuaba como una deformada y demoníaca versión de su verdadero ser. La primera referencia a este sujeto se remonta a 1895 mediante un artículo de ficción escrito por Charles Lotin Hidreth para el Boston Post. Sin embargo, la figura del hombre de dos caras siempre se ha movido entre la realidad y la leyenda, aunque más cerca de la segunda que de la primera. Se dice que Edward buscaba desesperadamente desprenderse de su segundo rostro pero los médicos lo juzgaban un acto imposible siempre que pretendiese continuar con vida. Finalmente terminó por suicidarse, tal vez por influencia directa de su rostro trasero, como bien relata Waits.

Johnny Eck

Justo a continuación de Poor Edward encontramos la canción más vital del disco. Se trata de Table top Joe y, además de suponer un breve momento de ruptura y alegría pianística a mitad de tramo, es un tema que habla sobre una persona que sí fue real. Se trata de Johnny Eck, nacido en Baltimore en 1911 con una llamativa atrofia de piernas y pies que daba a entender que su cuerpo terminaba a la altura de la cintura. Lejos de amedrentarse por esta malformación, Johnny aprendió a caminar con las palmas de sus manos y desarrolló una asombrosa agilidad que le llevó a convertirse en una atracción sin igual. Tanto fue así que logró colarse entre el elenco de actores de Freaks, la icónica película rodada por Tod Browning en 1931, y llegó a interpretar en diferentes ocasiones a un curioso hombre pájaro en varias cintas del Tarzán de Johnny Weissmuller. En la versión de Waits, sin embargo, Joe es un hombre “sin cuerpo” que sueña con cantar y tocar el piano.

Tom Waits, Alice y lo melancólico

Como decíamos más arriba, el Alice de Tom Waits es un disco cargado de afectación; oscuro y pesaroso. Tal vez sencillo en apariencia pero con una orquestación repleta de matices. Los primeros compases ya marcan un inicio triste y lento, con un sonido que recuerda más a las baladas jazz de los primeros años del músico que a los experimentos cacharreantes de la etapa que se inicia con Swordfishtrombones. Sin embargo, aquí hay un gran esfuerzo de teatralidad que impregna todas las canciones dando al conjunto una densa sensación de dramatismo. Se trata, en definitiva, de un trabajo altamente atmosférico en el que los diferentes cortes funcionan a la perfección de manera aislada pese a la existencia de un hilo argumental que los entrelaza.

Además de las melodías jazz y otras composiciones marca de la casa, hay canciones extrañas como ese Kommienezuspadt que evoca a los cabarets berlineses de comienzos del siglo XX, o someros arrebatos de tango y vals en Watch her disapear y Fish & bird.

De la instrumentación destaca lo acústico y la casi absoluta falta de guitarras. En Alice, Tom Waits se arma de violines, pianos, órganos, marimbas, vientos, melotrones y glockenspiels para dar rienda a un sonido ecléctico y complejo a la vez que discreto. En este sentido, también sobresalen algunos elementos singulares por su aparente anacronismo como es el violinofón, un curioso ejemplar a mitad de camino entre la cuerda y el metal que amplifica el sonido tradicional del violín mediante una campana de algún tipo de aleación.

Con Alice, Tom Waits no logró su disco más redondo; tampoco es este el que más destaca por lo experimental de su propuesta. Sin embargo, se trata de un álbum atrapante y fascinante que para muchos supone lo mejor del tramo final de su producción discográfica.

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