EL DÍA QUE JAMES BOND VENDIÓ SU GUITARRA

EL DÍA QUE JAMES BOND VENDIÓ SU GUITARRA

Todos tenemos rituales. Yo mismo sigo uno al que me aplico con la escrupulosidad de un rezo obligado en un monasterio de clausura. Siempre, de lunes a viernes y después de comer, pongo sobre el fuego una pequeña cafetera italiana con capacidad para dos tazas. Espero pacientemente a que el café brote por la columna y corto entre dos y cuatro pedacitos de chocolate negro con avellanas o almendras, lo mismo me da; ahí soy flexible. Después me dejo caer sobre el sofá y me tomo mi tiempo. Sumerjo las onzas en el líquido oscuro para reblandecerlas levemente, las chuperreteo con deleite hasta que solo quedan los frutos unidos por finas capas de argamasa de cacao, las saboreo con perseverancia mientras vacío el contenido de la tacita y, por último, termino bebiendo una segunda dosis de café solo, siempre sin azúcar. Reconozco que como ritual no resulta muy fascinante y que ni siquiera tiene esos puntos de excentricidad u originalidad que hacen que merezca ser compartido, pero es uno de mis instantes de bienestar personal. Y ya está.

Vic Flick casa de empeños

El caso es que mientras ando a esas la televisión suele estar encendida. Más como un medio transitorio hacia el sueño que como otra cosa. Es un ruido de fondo acompañado de imágenes que unas veces toman la forma de habitantes de la sabana depredándose entre sí, otras se transfiguran en cretinos detectives con habilidades fuera de lo común y algunas más, las menos, en señores y señoras que gritan al mismo tiempo y se sientan en la misma mesa. Pero en esta ocasión, los desvaríos del control remoto me llevaron a un canal con nombre testosterónico donde se emitía un famoso programa sobre una casa de empeños ubicada más allá del océano Atlántico.

Encantado de conocerle, señor Flick

Es así como escuché por primera vez el nombre de Vic Flick. En la pantalla de mi televisor, un individuo que roza la condición de octogenario se planta frente al mostrador de la casa de empeños con una funda negra de cuyo contenido se intuye un instrumento musical.  Se trata de una Fender Stratocaster de 1961 de color blanco, un modelo muy similar al que solía tocar Jimi Hendrix, si no es el mismo. El hombre se presenta como músico de estudio jubilado y dice que esta guitarra le ha acompañado durante muchos años de su carrera. Tiene un listado de todos los discos en los que ambos, la guitarra y él, han participado. El currículum es apabullante. Pide por ella 70000 dólares. La cosa se pone interesante.

¿Pero quién es este señor?

Vic Flick fue un músico en la sombra. Alguien cuyo trabajo has escuchado infinidad de veces pero de quien igual nunca has oído hablar. La guitarra que pretendía vender ese día en la casa de empeños grabó temas como Ringos’s theme (this boy), de la película de The Beatles ¡Qué noche la de aquel día! También fue uno de los instrumentos que sonaban en clásicos como Downtown, de Petula Clark, o It’s not unusual, de Tom Jones. Se dice que Jimmy Page miraba con atención por encima del hombro de Vic Flick mientras este tocaba; sobre la relación entre estos dos músicos, el propio Flick afirma con una mueca medio pícara: “le enseñé un par de cosas”. Por lo demás, las colaboraciones de Flick abarcan nombres como Nancy Sinatra, Paul McCartney, Eric Clapton, Burt Bacharach o The Bee Gees, por mencionar solo a unos pocos.

Pero el giro de guion que mantuvo mi atención en estado de vigilia estaba todavía por manifestarse. Pues Vic Flick es, ni más ni menos, el músico que interpretó la versión original de James Bond theme.

Flick, Vic Flick

Agente 007 contra el Dr. No es la primera en la serie de películas sobre James Bond. Fue rodada en 1962 y para su banda sonora se contó con el compositor Monty Norman. De entre todos los cortes escritos hay uno que sobresale: James Bond theme. Se trata de una pieza instrumental que ha aparecido en todas las películas de la saga, funciona como presentación del personaje principal y ha sido versionada infinidad de veces. Es una de esas canciones que no necesitan tarjeta de visita y que se enganchan a la memoria colectiva como si estuviesen armadas con cola industrial. La versión definitiva, con su orquestación y su inconfundible sonido, fue obra de John Barry. La guitarra que suena, la responsable de esos punteos que seguramente repiquetean en tu cabeza desde hace un rato, fue tocada por Vic Flick y, además, era la que ese día podía verse a través de la pantalla del televisor.

Vic Flick Dr No

No sé, Rick, Parece verdadera

De regreso al mundo catódico, Rick llama a un experto para dilucidar lo cierto de la historia. El experto llega y da fe de que Vic Flick es quien dice ser y de que esa guitarra es lo que de ella se afirma. Entonces comienza un breve baile de precios, una coreografía del tira y afloja que parece pactada con anterioridad, fuera del alcance de las cámaras. La guitarra cambia finalmente de manos por la módica cantidad de 55000 dólares. Vic Flick sonríe orgulloso, con el dinero en su bolsillo trasero, y se muestra dispuesto a celebrar la ocasión.

El chocolate y el café llevan ya rato deslizándose por los toboganes de mi sistema digestivo. No me he dormido. Después de Vic Flick llega a la tienda otra persona para vender cualquier objeto de gran valor económico o emocional; un velocípedo oxidado o la correa del perro de Hitler, qué más da. Yo me encuentro a años luz de lo que se emite delante de mí porque estoy ocupado en procesar lo que acabo de ver; dando vueltas a qué mecanismos conducen a un músico de la talla de Flick a desprenderse del que sin duda es uno de sus bienes más preciados. Me digo a mí mismo que alguien puede ser al mismo tiempo virtuoso con las cuerdas y desastroso con su capital. O que una mala racha en el canódromo la tiene cualquiera; aunque no tiene pinta de ser eso. Un gran último viaje, esas vacaciones de tu vida que todavía no han llegado; tal vez. Lo más seguro es que haya una razón lógica, y si alguien la conoce, pues que se la guarde para sí. Lo único cierto es que apenas hace media hora que soy consciente de la existencia de este señor y ya me estoy preocupando por su situación financiera. Pero también me está mordisqueando el prurito de bucear un rato en su discografía. Así que aquí os dejo.

PD: la Fender Stratocaster de Vic Flick se vendió en 2014 en una subasta organizada por la casa Julien’s Auctions. El precio final de compra fue de 25000 dólares.

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