
THE CUBICAL: LA CARA MÁS ÁSPERA DEL BLUES
Una familia, supuestamente padre, madre e hijo, están sentados en un salón lúgubremente iluminado y decorado con una estampa del Sagrado Corazón de Jesús. Entre los tres, apenas dejan sitio libre en el sofá. Frente a ellos puede intuirse un televisor antiguo del que manan tres respiradores que conectan directamente con sus rostros, perdidos y con una expresión entre mustia y resignada. Solo el más joven parece desviar la mirada hacia el espectador, no se sabe si en busca de ayuda o simplemente con curiosidad. Afuera parece brillar el sol, aunque tampoco mucho. Esta escena nos asalta cuando nos enfrentarnos al primer disco de The Cubical, una banda que desde su nacimiento ha regalado muy buenos momentos a los amantes de las vertientes más ásperas del blues y el rock.
Desde Liverpool a Los Angeles
Estamos ante un proyecto que se gesta en Liverpool, concretamente en sus garitos más noctívagos y humeantes. Sus protagonistas son un grupo de amigos de toda la vida que comparten el gusto por el rock y el blues de tiempos pasados; una afición, por otra parte, poco extraña en una ciudad como la suya. Casualmente, a todo ellos les pica el gusanillo de la interpretación y forman parte de diferentes bandas hasta que en 2004 deciden armar un proyecto en común, para ver qué pasa.
Así surge un particular combo que recoge el carrete de sonidos de otras décadas y lo pasa por la batidora para crear un puré ruidoso, embarrado y armónico al mismo tiempo, un aullido materializado en forma de una primera demo que, según parece, termina en las manos del fotógrafo Jason Reposar. Desde aquí, estas primeras canciones viajan hasta alguien con voz decisoria en el sello californiano Record Collection. Poco después, The Cubical sobrevuelan el Atlántico camino a Hollywood, firman un contrato y graban su debut discográfico en los estudios Sunset Sound. Es 2009.
Ruido, crudeza y sonidos pantanoso
Come sing these creppled tunes está producido por Dave Sardy, colaborador habitual de gente como Oasis, Marilyn Manson o Johnny Cash. El resultado es un disco de debut que logró señalar a The Cubical como una de las nuevas promesas del underground europeo. Las once canciones que lo componen son un revulsivo sonoro que sigue la línea tradicional del blues para deformarla hasta lograr darle una vuelta de tuerca sucia, ruidosa, pantanosa y oscura. Aquí también hay garaje, un poco de surf y sonidos del rock & roll clásico, todo ello tomado de la forma más cruda posible, pero sin desatender nunca la calidad compositiva. Para lograr toda esta atmósfera resulta fundamental la peculiar voz de Dan Wilson, un tipo que, según The Guardian, hace que Tom Waits suene como Tiny Tim. El timbre del vocalista es lo primero que llama la atención; es áspero y cavernoso, vibrante y cautivador de un modo que no deja mucho espacio para opiniones intermedias, o bien te gusta o no puedes con él.
Tras la publicación del disco, la creciente fama del grupo no tardó en reflejarse en una fructífera gira de presentación que recorrió varios países de Europa. En directo, su crudeza resultaba todavía más patente e hipnótica. Y así, la expectativa en torno a su siguiente paso era cada vez mayor. The Cubical tardan dos años en publicar nuevo material bajo el nombre It ain’t human, que sigue el camino trazado por su antecesor y logra mayores cotas de intensidad creativa. Destacan algunas composiciones un tanto más complejas como la literaria An ode to Franz Biberkopf, The myth of Willie McGrath o la cacofónica Three drop Jameson mechanism. Además, algunos temas como Rag time army incorporan una efectiva sección de metales que le aporta nuevos matices, más próximos en ocasiones al delta del Mississippi que a los oscuros sótanos de Liverpool.
La consagración definitiva de The Cubical
Con su segundo disco, The Cubical dejan claro que no son flor de un día. Regresan a los escenarios, publican un single benéfico de aires navideños y en noviembre de 2012 se materializa un nuevo trabajo de estudio, Arise conglomerate. La grabación se realiza en Berlín, donde el grupo se somete a dos días maratonianos de alcohol y registro en riguroso directo utilizando un equipo analógico de cuatro pistas; un capricho que trata de obtener un sonido más crudo, es de suponer. Estas sesiones berlinesas se completan con otras similares en Liverpool. El resultado son trece nuevas canciones entre las que, como novedad, pueden detectarse algunos breves arrebatos de soul y pop sesentero; además, regresan los metales y aparece brevemente algún piano, incluso un órgano. Sin embargo, el resultado se antoja más plano que lo hecho hasta ahora, menos bullicioso y con una cucharadita extra de jabón. Aun así, este trabajo supone su consagración definitiva, al menos dentro de las limitaciones demográficas del terreno comercial en el que el grupo acostumbra a moverse.
Tras cinco años de silencio solo violentados por la publicación de un disco en vivo y un prescindible batiburrillo de rarezas, en 2017 se rompe de nuevo el cascarón y The Cubical regresan con Blood moon. Lo primero que llama la atención es que la portada no incluye una de las perturbadoras ilustraciones de John O’Neill; un mazazo a la altura del primer disco de Iron Maiden sin dibujos de Derek Riggs. Bromas aparte, el nuevo trabajo recupera parte de la frescura de It ain’t human y Come sing these cripple tunes aunque, en general, el grupo ya no resulta tan sucio ni patibulario como en sus primeros años. Pero la esencia permanece inmutable y la última entrega de The Cubical hasta la fecha supone otra rotunda razón para tener fe en un futuro nuevo disco que, esperemos, no tarde demasiado en emerger de los lodosos charcos liverpulianos.
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