ROGUE’S GALLERY: DE NAUFRAGIOS, CHANTEYS Y CANALLAS DE ALTA MAR
Sin ánimo de hilar muy fino, podríamos decir que la música ha sido una fiel acompañante de la jornada laboral desde la ingrata invención de esta última. Los romanos, al igual que otros pueblos de aspiraciones talasocráticas, ya lo vieron claro al incorporar el ritmo de un tambor a la no siempre bien ponderada tarea de darle al remo a lomos de una galera. Eran listos los romanos, siempre en el podio de la innovación. Luego, civilización tras civilización, la gente ha trabajado y cantado; en ocasiones al mismo tiempo y con el objetivo de hacer coincidir la marcha de las tonadas con la velocidad de la tarea que tocase y coordinar de esta manera la labor de grupos de hombres que, en conjunto, avanzaban a través de los mares o extendían vías de ferrocarril por bastas praderas apenas exploradas.
Cantar, como decíamos, servía para marcar el ritmo de trabajo, pero también para mantener la moral por encima del suelo y evitar así huelgas, motines y demás situaciones de delicado control. Esto resultaba de gran utilidad en medio del océano, donde la tripulación de muchas grandes naves tenía pocas cosas que hacer más allá de partirse la espalda, pasar hambre y sed, intimar con la disentería o degollar (si la ocasión lo requería) al capitán de turno. Las canciones que se entonaban en alta mar eran conocidas como chanteys o salomas, y sobrevivieron durante siglos hasta que fueron relegadas por los avances de la ciencia y la tecnología. Entonces, muchas de ellas se guardaron en un cofre, por así decirlo, se lanzaron por la borda y fueron olvidadas por el pueblo llano hasta que una serie de circunstancias en torno al rodaje de una famosa película de piratas derivaron en la grabación de Rogue’s gallery: pirate ballads, sea songs & chanteys.
Estrellas de cine, punks y productores
La culpa de todo la tienen Johnny Depp y el director de cine Gore Verbinski. Pues durante el rodaje de Piratas del Caribe 2: el cofre del hombre muerto se les ocurrió que sería muy buena idea recoger antiguas composiciones marineras y grabarlas con la voz y la música de intérpretes actuales. La maquinaria se puso en marcha y Verbinski contactó con su viejo amigo Brett Gurewitz, guitarrista de Bad Religion y dueño de la discográfica ANTI-. Desde aquí se pensó que la persona más adecuada para manejar el timón de esta curiosa singladura sería el productor Hal Willner, un profesional que ya había demostrado su buen hacer en proyectos similares como Stay awake, una curiosa recreación de canción clásicas de películas de Disney.
La dura labor de investigación tras Rogue’s gallery
Willner se remangó hasta los codos y comenzó una ardua labor de búsqueda y estudio que le llevó a recopilar cerca de cuatrocientas canciones. Pero la tarea no fue sencilla ya que la inmensa mayoría de esta música moraba en las cuevas más oscuras de un terreno solo explorado por unos pocos curiosos que todavía sentían devoción por los viejos cánticos marineros. El productor, además, no disponía de muchos conocimientos sobre chanteys, cánticos de piratas y otras salmodias de similar calaña. Su único recuerdo al respecto, según dice él mismo, era una interpretación de Blood red roses escuchada durante su infancia en un programa de radio para amantes del folk. Así, la investigación previa a Rogue’s gallery se presentó como una dura hazaña de aspiración etnográfica en torno a una tradición sonora ampliamente descuidada por la historia. Finalmente, de esas casi setecientas obras reunidas se seleccionaros setenta y cinco.
El principal problema de invertir tanto tiempo en olisquear entre viejos legajos y archivos fonográficos es que las páginas del calendario caducan sin darse uno cuenta. Y eso es lo que le paso al bueno de Hal Willmer, que cuando pudo levantar la cabeza del escritorio ya iba siendo hora de comenzar a grabar las canciones. Y, claro, con tanto estudiar no le había dado tiempo a pensar ni en los músicos que podrían participar en el proyecto. Por suerte, su agenda de contactos era lo suficientemente abultada como para aventurarse en una serie de sesiones más o menos improvisadas, precipitadas en todo caso, que seguían la siguiente estructura: vete a una ciudad, alquila un estudio durante varios días, llama a gente, convence a gente, ponlos a tocar. La primera parada del viaje fue Seattle, de donde partió con un total de nueve temas registrados y listos para editar. Posteriormente se sucedieron nuevas etapas que llevaron el proyecto Rogue’s gallery por lugares como Londres, Dublín o Los Ángeles. El propósito siempre fue el de acercarse a donde quisiera que hubiese artistas potencialmente dispuestos a colaborar, profesionales que confiasen en el buen hacer de Willmer.
Músicos de la más diversa calaña
Finalmente se logró una miscelánea de músicos de lo más variopinto. A la llamada acudieron grandes estrellas de la talla de Sting, Bono, Bryan Ferry, Nick Cave, Rufus Wainwright, Lucinda Williams, Lou Reed o Andrea Corr. Pero junto a ellos se aglutinaron toda clase de integrantes del mundo indie, de músicos folk, de artistas más o menos desconocidos e incluso de personalidades ajenas a la música como el actor John C. Reilly o el ilustrador Ralph Steadman. Por mencionar solo a algunos, en Rogue’s gallery coincide gente como Richard Thompson, Robin Holcomb, Teddy Thompson, Gavin Friday, Richard Greene, Jarvis Cocker o el nunca discreto Baby Gramps, que abre el cancionero con una excelsa versión de Cape Cod girls a la que no le falta ni el didgeridoo.
Rogue’s gallery, lo que suena y lo que se cuenta
Decíamos hace unos párrafos que de cuatrocientas composiciones rescatadas se seleccionaron setenta y cinco. Pues bien, el doble disco que salió a la venta contiene un total de cuarenta y ocho canciones que ocupan poco más de dos horas y media de duración. Aquí hay de todo. En la mayoría de los casos las interpretaciones se ajustan a la ambientación requerida y suenan, con el beneplácito de los medios actuales, de manera notablemente aproximada a lo que sería su espíritu original. El resultado final, no obstante, es variado y oscila entre diversos estados emocionales que trazan las líneas de una experiencia que resulta al mismo tiempo bella, inquietante, oscura, divertida, enigmática, alegre y obscena. Por supuesto, el disco está sometido a altibajos y no todos los temas alcanzan el propósito de invocar al salitre en la imaginación del oyente.
En cuanto al contenido, a lo que se canta, podemos decir que Rogue’s gallery no se salta ni un palo del imaginario marinero. Hay que tener en cuenta que estas tonadillas eran elevadas en ambientes pintados por una mitología sucia y hostil, en lo más recóndito de los mares y por grupos de hombres que, en la mayoría de los casos, anhelaban cosas que dejaban en tierra firme o que podían no suceder jamás. Aquí hay mujeres que se peinan con raspas de bacalao, gente con extremidades de menos, ríos de alcohol, sexo poco virtuoso, barcos que descansan en fosas abisales, hazañas de piratería y hasta prostitutas que discuten sobre la amplitud de sus cuerpos cavernosos. Pero también queda lugar para la tristeza a través de una serie de cantos melancólicos e introspectivos; canciones de añoranza o dramas personales de difícil resolución, moribundos que entonan su despedida definitiva y otras tragedias propias de la condición humana.
Rogue’s gallery, en definitiva, es algo más que una colección de coplas marineras. Es un interesante estudio folclórico que revuelve entre los rincones de la historia sonora anglosajona para sacar a la luz una parte olvidada de la misma y ponerla en relieve frente a la sociedad de consumo contemporánea. Desde luego, el haber nacido a la sombra de la fama de Piratas del Caribe pudo allanar su camino, pero hay que tener en cuenta que no estamos ante un producto orientado al consumo generalista. No. Este es un disco de difícil escucha, un trabajo compuesto por temas con una estructura sencilla pero de compleja absorción, debida sin duda a un patente anacronismo al que no se pretende renunciar en casi ningún momento. La ejecución, sin embargo, es impecable. La mayoría de cortes suenan realmente creíbles y la presencia de Hal Willner es fundamental en ello. El resultado es un compendio de grabaciones que enganchan, algunas más que otras, y a las que el cuerpo pide regresar de vez en cuando con cierta sensación de respeto y melancolía. Como, en el fondo, se debe regresa a la mar.
Coda: en 2013 vio la luz Son of rogue’s gallery: pirate ballads, sea songs & chanteys, una continuación de esta primera singladura también capitaneada por Hal Willner.
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