¿POR QUÉ SE PEGAN LAS CANCIONES?
A grandes rasgos, no me considero alguien con estrechas miras musicales. Me gusta el rock en sus diferentes facetas, eso está claro, pero también disfruto con muchas de las personificaciones del pop, el punk o la canción de autor. Me arrastro a mañanas de death metal y tardes de tango argentino del mismo modo que desayuno tonadillas del mar del norte y luego, al caer la noche, me trago una pinta de cerveza acompañada con patatas fritas y una suite de Debussy. Todo en función de cómo sople el viento. El caso es que tengo la mala costumbre de llevar siempre una melodía rebotando entre los espacios huecos de la cabeza, generalmente de manera involuntaria y en ocasiones sin poder explicar cómo ha llegado hasta ahí. Puede ser algo que haya escuchado recientemente, pero también el último y súper adherente éxito de un artista ajeno a mi ámbito de interés o esa canción del verano de hace treinta años que de repente se presenta, sin avisar y con maleta para mes y medio, a las puertas de mi corteza cerebral. Por supuesto, soy consciente de que lo de tener un temazo adosado a la memoria no es un privilegio en exclusividad; no voy a ser yo el único ser humano bendecido con este don. Entonces, cabe preguntarse, ¿a qué se debe todo esto? ¿Por qué se pegan las canciones?
La culpa de todo es del gusano
En primer lugar hay que tener claro que el cuerpo humano es una compleja maquinaria repleta de órganos y cachivache vitales interconectados de la forma más sorprendente. Sin embargo, a nuestra materia gris le gustan las melodías simples y repetitivas, a poder ser acompañadas de letras poco elaboradas y fáciles de reproducir.
El caso es que al escuchar una canción, esta queda almacenada en la corteza auditiva primaria, que es el área del cerebro que lleva todo el asunto de la audición. Esta zona está asociada a determinada forma de memoria que se activa cada vez que reconocemos una melodía percibida con anterioridad, pero que también trabaja bajo la acción de elementos que puedan despertar el recuerdo (una imagen, una persona, el olor de una magdalena recién horneada…). El problema es que rara vez guardamos el conjunto en su totalidad y el cerebro tiende a retener las partes más fáciles de absorber. Por eso nos obsesionamos solo con un pedacito de canción, con el más contagioso por norma general. Y es ahí cuando se pegan las canciones, cuando se produce ese bucle fonológico que hace que ese estribillo o aquel riff de guitarra se agarren a nosotros como un mejillón al casco de un barco encallado.
La canción, o más bien parte de ella, se repetirá entonces ad nauseam dando lugar a un fenómeno conocido como Imaginería Musical Involuntaria o earworm; gusano auditivo en su traducción al español. A nivel neurológico, la explicación de este incidente es relativamente sencilla: el cerebro humano muestra cierto cuadro de trastorno obsesivo que tiende a tratar de completar un conjunto cuando solo dispone de unas pocas porciones. Es por eso que el estribillo de marras no deja de rondarnos, porque nuestros sesos se empecinan en terminar el puzle a partir de las piezas que tiene disponibles.
Estímulos por los que se pegan las canciones
Aunque a la hora de la verdad nadie esté a salvo, no todos somos igual de propensos a recibir esta clase de estímulos bajo la misma intensidad. Parece ser que el gusano auditivo salta al campo de juego cuando se cumplen ciertos requisitos ambientales, conductuales o neurológicos. Para que una canción se quede a vivir contigo una temporada no es necesario que esta sea de tu agrado; lamentablemente, todos podemos atestiguar haber sido acosados sin tregua por algún despropósito sonoro que no se marchaba ni con agua caliente. El caso es que en todo ser humano se pegan las canciones, pero la sensibilidad hacia este suceso será de mayor o menor magnitud en función de una serie de factores.
En primer lugar, la exposición prolongada a una misma melodía siempre será garantía más o menos segura de que esta se convierta en nuestro más fiel escudero. Se dice que, además, el hecho de disponer de formación en solfeo cuenta también como aliciente, al igual que desarrollar una actividad diaria que ofrezca un contacto dilatado con la música. Todo aquel que sufra de comportamientos obsesivos-compulsivos será también pasto del gusano auditivo con increíble facilidad. Pero no todo depende de la formación, la relación directa o los trastornos de cada cual; el estado emocional puede ser también determinante. Así, la tristeza, el aburrimiento, el cansancio, el estrés o la nostalgia son emociones que actúan como un ariete contra las barreras que puedan levantarse frente al bucle fonológico. Una actividad mental errante o desconcentrada funcionará habitualmente con la misma efectividad.
¿Qué hacer cuando se pegan las canciones?
Tarde o temprano, las melodías que rondan por nuestra cabeza terminan por ponernos a prueba hasta el punto de que su presencia se antoja una tortura de proporciones inquisitoriales. Muchos son los que llegan a pensar que ya nada vale la pena, que todo está perdido y solo queda rendirse ante la ausencia de esperanza. Sin embargo, al fondo del túnel siempre brilla un tenue destello de luz, una fugaz promesa de libertad capaz de desterrar de nuestra memoria ese maldito runrún.
Se ha hablado mucho de cómo actuar cuando se pegan las canciones, y si se ha llegado a una conclusión clara es que la solución puede pasar por la distracción o por la saturación. Así, una primera alternativa es dejarse llevar, aguantar mientras el martilleo persista y soportarlo hasta que este desaparezca o sea sustituido por otro. Otra vía muy sugerida es mascar chicle, ya que, dicen, el movimiento continuado de la mandíbula interfiere en la memoria musical. La tercera vía propuesta es la de mantenerse ocupado a nivel físico mediante una actividad que exija un mayor rendimiento al cuerpo que a la mente. De esta manera, la memoria queda en un segundo plano en el nivel de prioridades del cuerpo y la tonadilla de marras desaparece, con suerte.
Sin embargo, el remedio más respetado pasa por conocer la naturaleza de nuestro cerebro, especialmente esa necesidad de finalización que parece desarrollarse en él de manera obsesivo-compulsiva. Como ya hemos mencionado antes, la materia gris repite constantemente trozos de canciones en un intento de desbloquear las partes ocultas y obtener así el conjunto en su totalidad. En consecuencia, la mejor manera de deshacerse de un gusano auditivo puede ser escuchar la canción completa hasta satisfacer nuestras inconscientes ansias de conclusión.
Cuantas más partes de una canción te sepas de memoria, menos posibilidades tendrás de enfrascarte en un bucle inagotable con ella.
Epílogo: un caso real
Tener una canción adherida al cerebro no es necesariamente perjudicial. Puede ser de una hartura ciclópea, pero en ningún caso resultará mortal. Si acaso podría devenir en todo lo contrario, en salvarte la vida. No te rías, hay precedentes.
Es 1985 y el alpinista Joe Simpson se encuentra en pleno ascenso por los Andes peruanos, concretamente por la cara oeste del Siula Grande, una montaña de 6344 metros de altura que nadie había escalado hasta entonces. Casi nada. Una vez conquistada la cima, el descenso se complica hasta el punto de suceder una serie de fatalidades que incluyen un tiempo de perros, la rotura de una pierna y una caída fatal a través de una grieta helada. Simpson es dado por muerto por su compañero, pero la realidad es que ha sobrevivido y se encuentra herido, exhausto, al borde de la congelación y tocando el timbre de las puertas del cielo.
El panorama no es bueno. Joe sabe de sobras que ahí no hay ni posibilidades ni balsa a la que aferrarse. El hielo lo ciega todo y su consciencia comienza a sucumbir al agotamiento y la falta de esperanza en pos de un sueño que significa la muerte más rotunda. Y de repente, una melodía comienza a abrirse paso a codazos desde los rincones más remotos de su memoria. Se trata de Brown girl in the ring, de Boney M. La grieta se transforma en una discoteca de ritmos tropicales y por mucho que Joe trata de abandonarse, la canción retumba de manera tan contundente en su cabeza que la siesta eterna nunca hace acto de presencia. De esta manera, el montañero logra mantenerse despierto y permanecer en el bando de los vivos.
Lo más asombroso de esta historia es que Joe pudo contarla en primera persona. La gesta de cómo logró salir de la grieta y arrastrarse durante tres días hasta llegar al campamento base pertenece a la historia más insólita del montañismo y fue relatada por él mismo en el libro Tocando el vacío. Por supuesto, fue la determinación y el conocimiento del medio lo que terminó por impedir que Joe muriese en los Andes, pero la canción cumplió su papel al mantenerlo consciente mientras trataba de componer un mapa de lo que sucedía a su alrededor. En sus propias palabras: “la escuché una y otra vez durante horas. Me pareció muy molesto. Pensé: joder, voy a morir escuchando a Boney M“.
Si algo está claro es que nadie queda al margen de este fenómeno por el cual se pegan las canciones. Nos puede pasar a todos. A mí, por supuesto, e incluso a tipos como tú.
Totalmente de acuerdo. Un abrazo
Gracias por comentar, Nuria.
Me ha encantado, información que no sabía y la anécdota genial: voy a morir escuchando a Boney M“ , muy bueno
Muchas gracias, Sandra. Nadie debería morir escuchando a Boney M 😊
También se me ha dado el caso de pegarle una canción a otra persona. Te pones a tararear una canción cerca de alguien y al rato se pone a tatarearla la otra persona. Saludos
Además, lo que te pegan no suele coincidir con lo que quieres escuchar. Gracias por comentar, Federico.