NO HAY CENSURA EN EL ROCK & ROLL

NO HAY CENSURA EN EL ROCK & ROLL

Aún lo recuerdo con precisión. Hace unos años compré un disco en un mercado de vinilos de segunda mano, era una edición española de un clásico del rock progresivo inglés. El caso es que llego a casa, lo pincho, le doy la vuelta y noto que algo falla, que me asalta una sensación de vacío, como si faltase una pieza o me hubiese quedado dormido sin poder contemplar el paisaje en su totalidad. Enseguida desvelé el misterio; faltaba una canción, una de las más potentes. Lo que tenía en las manos era una edición sometida a la censura durante aquellos tiempos en los que en España eran habituales esta clase de prácticas. Pero, claro, de eso hace ya mucho tiempo y hay cosas ya no ocurren, ¿no?

Comencemos por el principio

La censura franquista se instaura desde los albores de la guerra civil y, pese a que su carácter fuese en un principio provisional, funcionó de manera institucional durante cerca de cuarenta años. Toda manifestación cultural o artística que tuviese voluntad de ser exhibida en público debía pasar por el tamiz de unos censores que se esforzaban en detectar cualquier resquicio de atentado a la moralidad, el régimen o la religión. Esta práctica abarcaba espacios de creación y comunicación como la prensa, la literatura, el cine, la televisión, la radio o la música, y su aplicación fue especialmente inflexible hasta 1966, cuando la Ley de Prensa e Imprenta de Manuel Fraga ventila levemente el ambiente en beneficio de ciertos resquicios de tolerancia.

Ley de Prensa e Imprenta

Este soplo de aire fresco, sin embargo, no favoreció a la música pop y rock. Tanto la discreta expansión cultural como la moderada recuperación económica de esos años provocaron que los tocadiscos y vinilos estuviesen más presentes en los hogares españoles y que, además, el mercado se abriese a cierta oferta de productos gestados más allá de nuestras férreas fronteras. El régimen no tardó en detectar este lado oscuro del aperturismo y gran parte de su capacidad censora se volcó entonces en la música extranjera y su peligrosa influencia sobre las buenas costumbres de la nación.

Así, desde finales de la década de los sesenta, la vigilancia hacia el mercado discográfico se desarrolló desde dos organismos que obraban en paralelo y dependían del Ministerio de Información y Turismo. Por un lado estaba la Dirección General de Radiodifusión y Televisión, cuyo trabajo consistía en catalogar obras musicales como radiables o no radiables. En la otra acera se encontraba la Dirección General de Cultura Popular y Espectáculos, donde a partir de 1970 trabajaron cuatro funcionarios políglotos que completaban su ocupación como censores de libros revisando las letras y las carpetas de toda clase de discos. Es interesante saber que la actividad censora no estaba sujeta a un código; todo giraba en torno a la subjetividad de criterio de los profesionales de la censura, que eran, por supuesto, probados hombres de estado. Al trabajo de estas dos direcciones generales hay que sumar el efecto de la denominada autocensura, aquella que se practicaban a sí mismos los artistas o las productoras discográficas a fin de asegurar que su trabajo fuese publicado, radiado y, en consecuencia, garantizarse una difusión pública.

La censura sobre las canciones

Desde comienzos de la década de los sesenta hasta 1977 se calcula que fueron prohibidas para su radiodifusión un total de 4343 canciones. La labor de la Dirección General de Radiodifusión y Televisión no establecía la necesidad de dejar selladas por escrito las razones del porqué un disco era distinguido con la medalla de lo no radiable. Del trabajo de la otra dirección general, en cambio, sí que quedan documentos que explican las razones de las condenas que se imponían a determinadas obras. Algunas de ellas son por lo menos hilarantes.

Imagine, de John Lennon, fue descrita como “totalmente negativa, suprime todo, incluso la idea de la religión, con la esperanza de que acaben todos uniéndose a ella”. Bob Dylan también recibió lo suyo. De Just like a woman, por ejemplo, se dijo que era “ligera, (…) resulta obscena”. El tema She’s got balls de Ac/Dc fue pasto de la censura por su alusión a las partes nobles masculinas. Looking at tomorrow, de John Mayall, era una “canción ligera, pero muy ambigua, que puede ser interpretada como homosexual”. Una versión de Good vibrations grabada por Hugo Montenegro fue prohibida por su “sentido totalmente erótico, en el que se subliman las excitaciones sexuales”. Además, sobre la misma canción se añadió: “esta letra pertenece a los ambientes de los grupos USA drogadictos del lumpen: los Hip -hippies- cuya filosofía está basada en el sexo”. Last year’s man, de Leonard Cohen, era “irrespetuosa con Cristo”, al igual que Tiny dancer, de Bernie Tupin y Elton John; aunque de esta última no se señaló expresamente que la falta de respeto fuese hacia ninguna figura concreta. Y esto son solo unos pocos ejemplos.

Un caso curioso que refleja que muchas veces los censores solamente leían las letras y revisaban las carpetas, sin escuchar las canciones, ocurrió con Je t’aime moi non plus, de Serge Gainsbourg y Jane Birkin. Tras obligar a cambiar la portada del single y asegurarse de que la letra era decente, la canción fue aprobada y emitida por la radio. Solamente entonces los censores descubrieron que el peligro residía en la música y la entonación. El tema fue prohibido inmediatamente, pero ya eran muchos los que lo habían recibido a través de las ondas públicas y habían podido comprar el disco de manera enteramente legal.

Serge Gainsbourg & Jane Birkin

En ocasiones, cuando una canción era prohibida se eliminaba de la edición española del vinilo al que pertenecía. Locomotive breathe, de Jethro Tull, fue así sometida a ostracismo y su lugar en Aqualung fue ocupado por la mediocre Glory row. Algo parecido ocurrió con el famoso Quadrophenia de The Who, que vio como Doctor Jimmy desaparecía de su repertorio. Algunas ediciones de Sticky fingers, de The Rolling Stones, cambiaron su Sister morphine por una versión en directo del Let it rock de Chuck Berry. En general, fueron muchos los artistas que sufrieron la castración en las carnes de sus discos. Aquí no se libró nadie de la censura, desde The Beatles a Lou Reed pasando por los ya mencionados.

A medio camino entre ambos casos se encuentra Cortez the killer, la canción de Neil Young que habla sobre Hernán Cortés y sus andanzas transoceánicas. El tema fue prohibido para su difusión por radio pero mantuvo su lugar en Zuma, eso sí, bajo el título de Cortez Cortez.

Esta portada, me la cambias

La otra gran labor de la censura fue la de vigilar que la parte artística de los discos cumpliese a rajatabla con los preceptos morales e ideológicos del franquismo. Sobre este aspecto no han quedado documentos que acrediten el efecto de las mutilaciones, pero basta con observar las modificaciones en las carpetas, libretos y portadas que los discos editados en España tienen con respecto a sus homólogos extranjeros para darse cuenta de la intensidad de algunos recortes. 

Uno de los casos más paradigmáticos es el de Sticky fingers, de The Rolling Stones. La portada original era un montaje obra de Andy Warhol donde se mostraban unos ceñidos pantalones vaqueros que podían abrirse mediante una cremallera real para desvelar los calzoncillos que escondían en su interior. A los censores franquistas esta portada debió parecerles de lo más inapropiada y, por eso, aquí este disco se publicó con una nueva ilustración en la que unos dedos femeninos ligeramente pringoso emergen de una lata de melaza. No son pocos, sin embargo, los que opinan que la carátula española resulta más obscena que la original.

Censura Sticky Fingers

Existen muchos más casos. El recopilatorio de música alemana Mama Rock & the sons of rock ‘n’ roll: german rock scene part 2 traía en su portada una figura femenina de espaldas, desnuda y mostrando un trasero que en España fue sustituido por el culo de un elefante; como suena. La portada del cuarto disco de Roxy Music, Country life, estaba compuesta por la foto de dos modelos femeninas, una de ellas en lencería transparente y la otra solo con bragas pero cubriendo sus senos con las manos. Por supuesto, esta imagen resultó poco menos que pornográfica y se sustituyó por un recorte de la misma en la que solamente se veía el rostro y los hombros de una de las figurantas.

Este tipo de censura no estaba restringida a las portadas; también afectaba a contraportadas, libretos o carpetas interiores. Es famoso el caso de Quadrophenia y la gran cantidad de ropa interior que tuvo que pintarse sobre los desnudos que decoraban la pared del cuarto de su protagonista en una imagen del libreto interior del disco. For ladies only, de Steppenwolf, traía en su interior la foto de un curioso coche penemorfo que nunca llegó a circular por tierras españolas. Incluso el White álbum de The Beatles fue lisiado para que en su interior nadie pudiese ver los cuerpos semidesnudos de Paul McCartney y John Lennon. En general, el despropósito censor alcanzó a cientos de artistas como Black Sabbath, Alice Cooper, Patti Smith o Frank Zappa, por mencionar solo unos pocos.

Censura Mama Rock

Muerto el perro, ¿se acabó la rabia?

Como su propio nombre indica, la censura franquista permaneció activa hasta la caída del régimen. Aun así, durante los primeros años de la transición y antes de promulgarse la constitución de 1978, se recomendó a las discográficas que no cejasen en su labor de hacer llegar a la autoridad competente todo el nuevo material a editar por si se creyese conveniente dar algún que otro tijeretazo. Pero la censura como tal había desaparecido, al menos desde el punto de vista de que ya no existía ningún órgano oficial al uso. Sin embargo, la historia no acostumbra a echar el freno tan rápido y enseguida se hizo patente que determinadas leyes y normativas podían ser la rendija a través de la que se colasen prácticas que en apariencia podían darse por extintas. Cualquiera que se sintiese aludido por el contenido de una canción podía recurrir a los juzgados para tratar de silenciarla. Ante estas prácticas, muchos artistas y discográficas rescataron el ejercicio de la autocensura como medida preventiva ante posibles pleitos y consiguientes fracasos comerciales. Ya se sabe, sin disco no hay ventas. De esta manera, el mecanismo censor se mantuvo activo y oculto tras el velo del marco legal vigente.

El primer escándalo con mayúsculas relacionado con esta nueva forma de control tuvo lugar en 1983, cuando Las Vulpes actuaron en Televisión Española interpretando una adaptación libre del tema I wanna be your dog, de The Stooges, bajo el nombre de Me gusta ser una zorra. El impacto fue mayúsculo y tanto el grupo como Carlos Tena, director del programa Caja de Ritmos, fueron duramente atacados por el diario ABC y el Partido Demócrata Popular. El asunto llegó a los tribunales con la subsiguiente solicitud de penas de tres años de prisión y otros diez de inhabilitación. Finalmente, la causa fue sobreseída, pero Carlos Tena dimitió y su programa ya no volvió a emitirse.

Tras la dictadura, esa necesidad latente de libertad, aperturismo y provocación explotó salpicando a todos los rincones de la cultura popular. El mundo de la música se vio libre de ataduras y pronto surgieron corrientes más radicalizadas e influenciadas por estilos como el punk, el heavy metal y, más adelante, el hip hop o el hardcore. Por supuesto, no todo el mundo se sintió cómodo con este nuevo paradigma y, con el precedente de casos como el de Las Vulpes, numerosos grupos fueron puestos en el punto de mira de instituciones y organizaciones alineadas, por lo general, en el lado más conservador de la política española. Quien más quien menos, todos conocemos algún caso en el que la justicia ha sido instrumentalizada para tratar de silenciar algún tipo de manifestación cultural incómoda. Así, la criminalización de la libertad de expresión emanada a través de la música se ha convertido en algo habitual durante las últimas décadas. Basta con que algo resulte especialmente provocador o que determinado colectivo se sienta ofendido por el mensaje de determinado músico para que el mecanismo de esta nueva forma de control caliente las calderas.

De censura y autocensura hay casos a cucharadas, desde Kortatu a Miguel Bosé. ¿Os acordáis de esa portada con la que A Palo Seko redibujó la intimidad de la pequeña Heidi? ¿Y de esa canción de Lujuria, Dejad que los niños se acerquen a mí, que fue acusada de fomentar la pedofilia cuando precisamente la denunciaba? Si es que no hay más que pensar en nombres como Sociedad Alkoholika o César Strawberry, de Def Con Dos, para ver lo estrecha que puede volverse la relación de los tribunales con determinadas figuras del panorama musical. Guste o no, en una sociedad democrática es de ley no sobrepasar los límites marcados por la justicia. Siempre habrá quien sea sentenciado con razón, pero ejemplos como los anteriores ilustran claramente que no es necesaria la existencia de una entidad censora oficial para que la práctica del tijeretazo continúe vigente.

Otros tipos de censura: las listas negras

En los últimos años se ha hecho habitual otro perfil censor que emana directamente de los despachos de algunos ayuntamientos o instituciones. Este se metamorfosea bajo la figura de la lista negra, de documentos que recogen títulos de canciones que, de acuerdo a determinadas ideologías, atentan contra identidades o colectivos. El problema, generalmente, radica en la interpretación subjetiva de las letras de dichas canciones, que son estudiadas no solo con el afán de encontrar nuevos integrantes para las listas sino, además, sin tener en cuenta que muchas de ellas fueron compuestas hace años, bajo preceptos culturales y lingüísticos muy diferentes a los actuales. De aquí se han derivado situaciones más que delirantes que han terminado por afectar a grupos tan blancos como Amaral u Hombres G.

Spain is not different

La censura como mecanismo de control de la expresión cultural ha estado siempre presente en sociedades con nulos o dudosos sistemas democráticos. Ocurrió en España, sucedió en Argentina o Chile y tiene lugar hoy en día en Cuba, China o Corea del Norte. Hasta aquí, nada nuevo bajo el sol. Todo régimen basado en preceptos sometidos a un férreo control estatal necesita de ella para asegurar su pervivencia.

Sin embargo, hasta las democracias más paradigmáticas pueden tener en su haber extensos catálogos de prácticas anatematizadoras. Estados Unidos, por supuesto, ha sentado cátedra en este sentido al ser un país en que siempre han jugado en el mismo equipo grupos sociales de presión moral, medios de comunicación conservadores y representantes políticos alineados en los frentes más mojigatos. Cuando el show de Ed Sullivan se abrió a aceptar actuaciones de rock & roll en su escenario, no pudo evitar llevar a cabo determinadas prácticas en beneficio de lo correcto. Así, en 1956 Elvis fue filmado solamente de cintura para arriba con el fin de evitar que sus sugerentes movimientos de cadera se emitiesen en directo. Años después, The Rolling Stones pudieron actuar en el mismo programa con la condición de cambiar el estribillo de su tema Let’s spend the night together por “let’s spend some time together”; parece ser que la idea de cantar una invitación a pasar la noche en compañía resultaba demasiado provocativa para la pacata mentalidad media estadounidense.

Si damos un salto en el tiempo, pero no en el espacio, y avanzamos hasta los años ochenta podemos asistir a la persecución a las letras y las portadas del heavy metal y el rock que se dio desde determinados sectores y organizaciones como la famosa PMRC (Centro de Recursos Musicales de Padres). Este comité fundado por las esposas de varios senadores estadounidenses se erigió como garante de la censura y las buenas costumbres frente al mensaje del rock y su supuesto fomento de la violencia, el sexo, las drogas y otras actividades de carácter criminal. La PMRC nace en 1985 y una de sus primeras acciones es la publicación de Las Quince Asquerosas, un listado de canciones reprobables que incluye a artistas como Prince, Judas Priest, Madonna, Twisted Sister, W.A.S.P., Black Sabbath, Cyndi Laupen, Venom, Mercyful Fate o Mötley Crue.  

La influencia del comité fue tal que varias superficies comerciales se negaron a vender discos de rock y algunas compañías discográficas señalaron aquellos álbumes que contenían lenguaje soez o provocativo. Este fue el inicio del famoso sello “Paternal advisory. Explicit content” que la Recording Industry Association of America comenzó a colocar de manera indiscriminada en toda suerte de disco sospechoso. Finalmente, incluso tras varias audiencias en el Senado, la PMRC no logró gran cosa. Pero la semilla ya estaba sembrada y la práctica censora tenía los engranajes bien lubricados para actuar sin pudor durante las décadas siguientes; prohibiendo portadas, señalando composiciones o intentando que artistas como Marilyn Manson cargasen con la culpa de delitos cometidos por seguidores suyos.

Censura PMRC

La música popular siempre ha estado intrínsecamente vinculada a la provocación y eso, por supuesto, no gusta a todo el mundo. El grupo Scorpions ostenta el honor de contar con hasta siete portadas censuradas en su Alemania natal, todas ellas por su interpretación sexual. Este es solo un insignificante ejemplo más de cómo la censura, encubierta bajo la toga de los magistrados o llevada a cabo desde la impunidad de las sociedades totalitarias, es un mecanismo perfectamente valedero para los intereses de determinadas mayorías que pueden sentir socavados sus principios morales o su posición política. Dentro de los márgenes de la legalidad, ninguna opinión puede tener la potestad de borrar la voz de quién se encuentre en sus antípodas ideológicas.

Incluso el mal gusto debería poder expresarse con libertad. Dile lo contrario a los Sex Pistols, que dieron un concierto en un barco sobre el Tamesis cuando se les prohibió tocar en suelo británico.

Compárteme

2 comentarios en «NO HAY CENSURA EN EL ROCK & ROLL»

  1. Esperemos que ” lo politicamente correcto” no nos traslade al pasado…….Gracias por refrescarnos la memoria

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Los datos de carácter personal proporcionados al rellenar este formulario serán tratados exclusivamente por el responsable de esta web. La finalidad de la recogida y tratamiento de los datos solicitados en este formulario es la de responder al usuario de acuerdo a su solicitud. Al introducir sus datos personales, el usuario acepta expresamente nuestra política de privacidad. No introducir los datos solicitados podrá acarrear la imposibilidad de atender tu solicitud. Puedes consultar toda la información adicional y detallada en nuestra política de privacidad.