
THE DOORS. MIAMI 1969, AL DESNUDO
A comienzos de 1969, Jim Morrison acudió a una obra de teatro en el Bovard Auditorium de la Universidad del Sur de California. Este hecho, por sí mismo, no tiene nada de singular. Dadas sus inquietudes intelectuales, podemos asumir que no era la primera vez que el cantante participaba como espectador en un evento de similares características. Sin embargo, lo que sí resulta significativo es el nombre de la compañía que actuaba, ni más ni menos que The Living Theatre, el grupo de teatro experimental más antiguo de Estados Unidos. La representación de ese día incitaba a superar las inhibiciones con el propósito de conquistar la versión más soberana y osada de cada individuo. Por aquel entonces, Morrison no era precisamente un tipo cohibido, pero algo debía de tener esta obra para lograr activar algunos receptores especialmente sensibles de sus centros neuronales y llamarle a idear un nuevo paradigma de comportamiento sobre el escenario, algo dotado de un mayor grado de espontaneidad e interacción. Algo que simplemente elevaba en un par de potencias lo que habitualmente sucedía en sus actuaciones. Algo que terminó por explotar pocos meses después durante un concierto de The Doors en Miami.
Un grupo con actitud
Los directos de The Doors se habían labrado una merecida fama de salvajes e impredecibles. La excelencia interpretativa del grupo era el complemento perfecto para la actitud anárquica y provocadora de un Jim Morrison que se había dejado llevar completamente por su afición a las drogas y el alcohol, por sus delirios de poeta maldito y por ese rol asumido como vivo reflejo de la rebeldía hippie. Las intervenciones improvisadas y en estado de embriaguez eran habituales sobre el escenario. En palabras del guitarrista Robby Krieger, “cuando Jim estaba fuera de control nunca sabías lo que iba a ocurrir. Allí estaba el peligro y la emoción”.

El caso es que seguimos en 1969, es el primer día de marzo y esta noche hay concierto de The Doors en Miami, concretamente en el Dinner Key Auditorium. De las seis mil novecientas plazas disponibles se han vendido más o menos el doble, así que cerca de trece mil hacinados espectadores aguardan la salida del grupo sofocados y agobiados por el calor y la falta de espacio. Lo que nadie podía predecir era que Jim Morrison había decidido que esa noche nadie había adquirido una entrada con la intención plena de escuchar música, que lo que la ocasión requería era una extraña jornada de interpretaciones sesgadas, confusión y discursos más o menos encendidos.
The Doors, Miami 1969. El concierto
Sobre este evento ya se han redactado suficientes crónicas como para tener una visión global del conjunto. Durante cerca de una hora se tocaron unas pocas canciones, sonó algo de música y se dijeron muchas cosas, la mayoría de ellas dirigidas directamente al público. Jim Morrison fue el protagonista indiscutible y su comportamiento entre errático, provocador y evangelizador constituyó la principal línea argumental del espectáculo. El resto de la banda ya estaba sobre el escenario cuando el cantante apareció evidentemente borracho, o drogado, tal vez ambas cosas al mismo tiempo; poco importa. Con los primeros acordes de la música como acompañamiento, se acerca hasta el micrófono y comienza a charlar. “No hablo sobre revolución, ni tampoco sobre manifestarnos. Solo hablo sobre pasarlo bien, sobre pasarlo bien este verano. Vayamos a Los Ángeles. Vamos a tumbarnos en la arena y a enterrar los pies en el mar. Y vamos a pasarlo bien”.

Hasta aquí todo en su sitio. Este pequeño discurso aparentemente vacío de contenido habría funcionado como introducción a un concierto estándar si no fuese porque Morrison no tenía esta noche el cuerpo predispuesto a llevar las cosas por su cauce habitual. En su lugar prefirió gritar y provocar que las canciones del repertorio quedasen inconclusas debido a la falta de voz cantante. “Sois un montón de idiotas”, manifiesta al público, “permitís que os digan lo que tenéis que hacer, permitís que la gente os empuje. ¿Cuánto tiempo vais a aguantar? ¿Cuánto tiempo más vais a dejar que os empujen? Tal vez sea amor, quizás es que os gusta. Así solo conseguiréis que vuestra cara quede pegada a la mierda. Sois un montón de esclavos, un montón de jodidos esclavos. Dejáis que todo el mundo os empuje de aquí para allá. ¿Qué vais a hacer al respecto?”. Jim grita, se contorsiona, se deja caer de rodillas frente a Robby Krieger, grita de nuevo, sigue interpelando directamente al público, llama a la ausencia de reglas, invita a tomar el escenario, dice que quiere cambiar el mundo. La tónica del espectáculo se vuelve anárquica y todo queda en manos de un Jim Morrison que cede ante su mitad más atávica.
El éxtasis de la carne
En un momento dado, alguien salta al escenario y lo empapa con champán; Jim se desprende de su camisa mojada mientras anuncia que “vamos a ver un poco de piel, vamos a desnudarnos”. Con el torso al aire continúa: “no hablo de revolución, no hablo de armas de fuego y disturbios. Hablo de amor. Amémonos unos a otros. Ama a tu hermano, dale un abrazo. Me gustaría ver un poco de desnudez por aquí”. El público lo vitorea. Realmente en ningún momento ha dejado de hacerlo, por lo que Morrison continúa. “No habéis venido por la música, ¿verdad? Habéis venido buscando algo más, ¿verdad? No habéis venido por el rock & roll, venís buscando otra cosa, ¿verdad? ¿Qué es?” Por un momento la multitud calla y el cantante aprovecha para proferir toda clase de alaridos antes de revelar que “vosotros queréis verme la polla, ¿no? Por eso habéis venido”. Nueva sesión de gritos y Jim Morrison coloca su camisa frente a él a modo de capote de torero. Da la sensación de que va a haber carne a la vista, pero finalmente grita “Light my fire” y decenas de personas enloquecidas toman el escenario.

El concierto alcanza su tramo final, Morrison lucha por alcanzar el micrófono, lo logra pero termina entre el público, en el foso. Comienza a bailotear entre una audiencia en estado de éxtasis y termina por disolverse entre toda esa colección de cuerpos oscilantes para reaparecer poco tiempo después en un palco, contemplando el resultado de su intervención desde la seguridad que le aporta la altura. El concierto concluye poco después, el grupo se retira a los camerinos y, una vez digerida la jornada, todos se disponen a disfrutar de unas merecidas vacaciones que comenzarían al día siguiente y tendrían como destino algún rincón del Caribe.
Lo que pasó a continuación. The Doors bajo la lupa
Jim Morrison recibe la citación dos días después. Lo del Dinner Key Auditorium había trascendido de manera sobresaliente y la justicia le acusaba de conducta lasciva. Se alegaba que, entre otras cosas, había mostrado el pene en público, había simulado hacer una felación a Robby Krieger y durante el espectáculo se encontraba en estado de embriaguez, bajo el efecto de las drogas o ambas cosas al mismo tiempo; lo mismo da. Por supuesto, poco de todo esto había sucedido en la realidad.
Tanto el concierto de The Doors en Miami como la repercusión del juicio contra Jim Morrison pasaron factura al grupo. Todos ellos comenzaron a ser vigilados con el celo de un entomólogo especialmente curioso. En los Estados Unidos, el nombre de la banda pasó a ser un sinónimo más que frecuente del adjetivo “depravados”. En palabras de Bill Siddons, manager del grupo, “estaban siendo perseguidos por todo el país. Literalmente, a América le preocupaba que Jim pudiese pervertir a sus hijos”. La banda tuvo que suspender numerosas fechas que ya tenían contratadas, por no hablar sobre lo complejo que se volvió a partir de entonces el conseguir nuevos bolos en determinados estados. Por esta época, además, The Doors rechazaron actuar en Woodstock ya que les daba la sensación de que ese nuevo macro evento iba a ser un reflejo blandurrio e insustancial del Monterey Pop Festival.

El juicio por el incidente de Miami se prolongó durante más de un año y se calcula que la inversión en abogados superó el millón de dólares. Finalmente no se pudo demostrar nada y Morrison se vio libre de abonar los quinientos dólares de multa, así como de cumplir con los seis meses de cárcel que se solicitaban como castigo. Tal como afirmó el teclista Ray Manzarek sobre la actitud de Jim Morrison durante esa jornada, “nada hizo en Miami que no hubiese hecho ya otras veces”. El propio protagonista del suceso alegó en su propia defensa que “no hay normas en un concierto de rock, todo es posible. En Miami traté de reducir el mito al absurdo”.
Para el imaginario moral de la época, el concierto de The Doors en Miami queda como un ejemplo meridiano de provocación y atentado a la rectitud reinante. No obstante, también fue una clara evidencia de que la mentalidad media estadounidense continuaba estancada en viejos preceptos que definían cualquier manifestación de carácter mínimamente sexual como algo inaceptable. Las soflamas políticas podían ser cuestionables, pero se consentían siempre que no contuviesen muchas trazas de hoces y martillos. Del mismo modo, las expresiones artísticas más o menos incendiarias resultaban simplemente incomprensibles o no se tenían en consideración más allá de entre determinados círculos intelectuales. Sin embargo, un pene supuestamente al aire era motivo más que suficiente como para engrasar minuciosamente la maquinaria que hace funcionar las togas a toda velocidad.
Lo más triste de todo es que, más de cincuenta años después, la situación podría ser relativamente idéntica.
Un pene al aire o un pezon……….y siguen exactamente igual, bueno, un culo quizas podria ser ?
¡Un culo siempre es bien recibido!