HECHIZOS, ATAÚDES Y CALAVERAS. EL VUDÚ DE SCREAMIN’ JAY HAWKINS

HECHIZOS, ATAÚDES Y CALAVERAS. EL VUDÚ DE SCREAMIN’ JAY HAWKINS

Jalacy Hawkins ve la luz en Cleveland el 18 de julio de 1929. A partir de este momento, su vida se compone de una sucesión de vivencias donde la realidad, la fantasía y el exceso se besan en la boca sin pudor alguno. Poco después de nacer fue abandonado en un orfanato. Desde ahí dio el salto hacia los brazos de una familia de acogida india, de la tribu de los Pies Negros. La niñez pasó mientras correteaba junto a siete u ocho hermanos de pega que también habían gozado de la misma suerte que él. Su interés por la música fue prematuro, pero abandonó las clases de saxofón y piano cuando vio que ya dominaba los rudimentos básicos de cada instrumento. La profunda sonoridad de barítono de su voz le hizo soñar con escenarios operísticos y grandes arias clásicas. Sin embargo, en lugar de centrarse en alcanzar ese propósito decidió mentir sobre su edad para alistarse en la armada y visitar de cerca la Segunda Guerra Mundial.

No vaya a creerse todo lo que lee

A la hora de contar la vida de Jalacy se hace complicado discernir entre lo que es real y lo que corresponde a la mitología. Su figura siempre estuvo rodeada de las exageraciones que se requerían para la construcción de una figura como la que se moldeó poco a poco a partir del barro de su esencia natural. Algunas cosas que se contaban de él, o muchas de las que él mismo contaba de sí mismo, fueron desmentidas por biógrafos como Steve Bergsman. Aun así, los episodios auténticos de su truculenta andadura vital fueron suficientes como para crear un complejo mapa de la provocación a mediados del siglo XX. Partiendo de esta base, puede afirmarse que todo lo que se va a relatar a continuación forma parte de una biografía compuesta por episodios verídicos y otros que tal vez no lo sean.

Screamin' Jay Hawkins

Como decíamos, Jalacy Hawkins se va a la guerra y ahí aprovecha sus dotes interpretativas para entretener a las tropas en los bares del frente oriental. Un día se vio obligado a saltar en paracaídas sobre la isla de Saipán y fue apresado por el ejército japonés. Su estancia en el campo de prisioneros estuvo marcada por una sucesión de torturas de las que tuvo la oportunidad de vengarse, nada más ser liberado, introduciendo una granada de mano en la boca de uno de sus captores y volando su cabeza en mil pedazos. Cuando el conflicto llega a su fin, Jalacy regresa a Estados Unidos con la pretensión de dar alas a su carrera musical. No obstante, entre una cosa y otra empieza a boxear y en 1949 se alza con el título de Campeón de los Pesos Medios en un combate no exento de cierta falta de respeto hacia las normas más elementales. Gestas deportivas aparte, la música continuaba siendo su horizonte vital, por lo que no había dejado de participar activamente en el chitlin’ circuit, ese conjunto de locales ideados para que la población negra tuviese un lugar de libre expresión artística. Los tiempos de la segregación eran así. Debió de ser durante estos años cuando Jalacy dejó de ser conocido como tal y se creó el personaje de Screamin’ Jay Hawkins, sin duda en homenaje a su tendencia natural a la sobreexpresión y el griterío.

Primeras colaboraciones y comienzos en solitario

A comienzos de los años cincuenta colabora con la banda del guitarrista Tiny Grimes. Aquí canta, además de tocar el saxofón y el piano, pero también hace de chofer, de camarero y posiblemente hasta de paseador de perros para el resto de componentes del grupo. Tras esta asociación, entra en el grupo de Fats Domino. La cosa no fue bien en ningún caso y Screamin’ Jay Hawkins concluye que el camino a recorrer para beber del barril de la fama tiene que pedalearse en solitario. Así, durante la primera mitad de la misma década graba varias canciones y, poco a poco, comienza a forjar un estilo peculiar que lo distingue sutilmente de su entorno musical directo. Pasa por momentos duros y está a punto de tirarlo todo por la borda en un par de ocasiones. Por suerte, gente como el músico Wyonie Harris o el promotor Irv Nathan serán un firme apoyo que le animará a hacer frente al mal tiempo.

Screamin' Jay Hawkins

I put a spell on you y la creación de un estilo

Y menos mal que no lo dejó. Porque en 1956 todo dio un vuelco radical gracias a I put a spell on you, un canto al despecho amoroso que terminó por convertirse en un éxito internacional. Screamin’ Jay Hawkins había realizado una primera versión en forma de blues del montón, pero el productor Arnold Maxim intuyó que podía sacársele más jugo y animó al músico a grabarla de nuevo con la ayuda adicional de una buena cantidad de whisky adquirido expresamente para la ocasión. El resultado fue una sesión de altos niveles dipsomaníacos en la que Screamin’ Jay Hawkins sacó lo mejor de sí mismo y logró dar forma a un tema enloquecido y chirriante, dotado de una forma de cantar pocas veces escuchada hasta la fecha. Se cuenta que al día siguiente, con los demonios de la resaca tocando palmas en su cabeza, Screamin’ Jay Hawkins escuchó la canción y no se reconoció en ella; solo se convenció de que esa voz era la suya cuando le mostraron una serie de fotografías realizadas durante el día de autos. El tema fue radiado y no tardó en hacerse famoso. Mucha gente quedó conmocionada al escucharlo, tanto que llegó a decirse que era poco más que una apología del canibalismo debido a que los gritos que se escuchaban solo podían provenir de un hombre siendo devorado por otro. Parece ser que la versión que ha llegado hasta nuestros días no es la original, ya que volvió a grabarse para rebajar un poco el nivel de histrionismo.

Aquí, conviene hacer un breve paréntesis para recordar que estamos a mediados del siglo XX y que las convenciones artísticas y morales de aquella época se encontraban a años luz de las actuales. I put a spell on you puede parecer completamente inocente a los oídos del oyente contemporáneo, pero en 1956 fue todo un huracán de provocación que sacudió muchas conciencias y no resultó fácil de asimilar para una buena parte de los oídos acostumbrados a sonidos menos displicentes. Esta norma, por supuesto, ha de aplicarse a muchas otras cosas que se van a relatar a continuación.

I put a spell on you puso a Screamin’ Jay Hawkins en el centro del mapa musical del momento. La canción no ha dejado nunca de ser un éxito y los artistas que la han versionado se cuentan con los dedos de unas cuantas manos. Tal vez, las reinterpretaciones más conocidas sean las realizadas por Creedence Clearwater Revival o Nina Simone, pero el tema ha pasado por la batuta de gente tan diversa como Joe Cocker, Marilyn Manson, David Gilmour, Santana, Nick Cave o Annie Lennox, por citar solo a unos pocos.

Fue a partir de este momento cuando Screamin’ Jay Hawkins encuentra su voz y puede dar forma a un estilo particular e inclasificable, a medio camino entre el blues, el soul y el rock & roll pero siempre con una vuelta de tuerca tendente al exceso y un sentido del humor claramente teatral. Sus canciones estaban plagadas de alabanzas al alcohol y de relaciones sentimentales poco convenientes. Pero también tocó otros temas poco usuales, entre ellos el estreñimiento mediante una oda repleta de flatulencias y otras onomatopeyas de dolor y esfuerzo como fue Constipation blues. Screamin’ Jay Hawkins podía presumir de un dominio de la voz absoluto que le permitía realizar toda clase de efectos sonoros al tiempo que cantaba. Así, sus gritos se alternaban con balbuceos y demás sonidos indescifrables que, en algunas ocasiones, pretendían imitar dialectos extranjeros en un ejercicio de bufonería que hoy en día habría ofendido a unos cuantos colectivos. Repasando algunas de sus letras no es difícil dar con expresiones como “minja njung”, “ijajio magiau”, “baumiaamibau miaaa”, “bling blang blung”, “et fujoun” o “asum maumau kissum”.

Del vudú al ataúd, un escenario de miedo

Más allá de su estilo interpretativo, Screamin’ Jay Hawkins puede ser estudiado como el punto seminal de gran parte de la escenografía tétrica y truculenta que muchos otros como Alice Cooper o Marilyn Manson llevarían a cabo décadas después. El músico construyó un personaje alrededor de la imaginería del vudú. En directo, aparecía con un hueso en la  nariz, collares de marfil, pieles de leopardo y capas de vistosos colores. Su principal acompañante era Henry, una calavera humana con un cigarrillo en la boca que descansaba en el extremo de un bastón en ocasiones repleto de abalorios. Todo esto quedaba potenciado por una teatralidad basada en bailes estertóreos y balbuceos que llevaban a pensar en los raptos espasmódicos de un sacerdote vudú en trance. Su expresividad, tanto facial como corporal, era fundamental para lograr esta imagen de locura y posesión. El escenario, además, solía decorarse con toda clase de elementos macabros; desde lámparas repletas de telarañas a serpientes de plástico, huesos o manos humanas cercenadas.

La idea del ataúd fue de Alan Freed, un dj y mecenas musical de la época que pensó que los planteamientos melodramáticos de Screamin’ Jay Hawkins mejorarían notablemente si este aparecía en escena a través de un féretro cerrado que se abriese mientras sonaban los primeros compases de la actuación, como si de un muerto viviente se tratase. La propuesta no resultó del agrado del músico, pero un suculento bonus de trescientos dólares fue suficiente para disuadirle y convertir este efecto en una de las principales señas de identidad de sus conciertos. Estamos en la época del boom de las películas de terror de serie B y toda esta puesta en escena encaja perfectamente con los gustos de gran parte de un público que no tarda en hablar del Vince Price negro.

Screamin' Jay Hawkins coffin

A Screaming Jay Hawkins le agobiaba que el mecanismo del ataúd fallase y quedase irremediablemente atrapado en su interior. Por supuesto, llegó el día en que esto sucedió y tuvo que abrirse paso al exterior mediante la fuerza, todo ello en un estado de ceguera propiciado por la ansiedad y el pánico. Se dice que nada más alcanzar la libertad la emprendió a golpes con todo lo que encontró a su paso, ya fuese micrófono, instrumento, muñeco de atrezzo o miembro de su banda. El resultado fue un periodo de varios años sin mantener contacto con The Drifters, los músicos que le acompañaban por aquel entonces.

El legado de Screamin’ Jay Hawkins

Durante toda su carrera, Screamin’ Jay Hawkins solamente consiguió un número uno. Sin embargo, su discografía está plagada de buenas composiciones y memorables representaciones en directo. Muchos músicos posteriores rinden cuentas a su labor y, si ya se ha hablado de herederos escénicos, no son pocos los intérpretes que se reflejaron en su innovadora propuesta para tratar de crear algo diferente. A mí, por ejemplo, se me hace difícil escuchar Hong Kong sin pensar en el Tom Waits de Rain dogs. Pero esta influencia va más allá y su figura ha sido venerada en vida por artistas como The Misfists y Nick Cave, con quienes compartió escenario durante los años ochenta, o The Fuzztones, junto a los que grabó un pequeño disco en vivo.

Una vez alcanzada la fama, no dejó de actuar en directo ni de enarbolar la bandera de la provocación ahí por donde pasaba. Durante los años setenta vivió en diferentes partes del mundo, de manera casi nómada. Se le suponen varias estancias en la cárcel. Participó en unas cuantas películas como Perdita Durango, de Álex de la Iglesia. Finalmente falleció, en el año 2000 y tras someterse a una operación para tratar un aneurisma. Fue en Nevilly-sur-Seine, cerca de ese París al que dedicó alguna que otra canción. Años antes había dejado claro que “cuando muera no quiero ser enterrado, ya he estado en muchos ataúdes”.

Apéndice: el otro legado de Screamin’ Jay Hawkins

Como colofón a su paso por este mundo, Screamin’ Jay Hawkins dejó otro gran legado en forma de una inabarcable colección de hijos ilegítimos, tanto reconocidos como por reconocer. Se barajan cifras que exceden los setenta retoños, muchos de los cuales alzaron la voz tras la muerte del músico. La avalancha fue tal que incluso se llegó a habilitar un sitio web dedicado en exclusividad a clarificar la veracidad de cualquier aspirante que opositase para engordar las listas de su estirpe.

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7 comentarios en «HECHIZOS, ATAÚDES Y CALAVERAS. EL VUDÚ DE SCREAMIN’ JAY HAWKINS»

  1. Llevo gran parte de mi vida, que es bastante larga, escuchando » I put a spell on you» interpretada por los Creedence. Es un tema que me gusta pero como no soy angloparlante nunca me he interesado por lo que decia su letra, hasta ahora.Solo le falta una estrofa: «la mate porque era mia……» se que la compuso Jay Hawkins y dada la epoca y su personalidad, no me choca, pero escuchar esas palabras en boca de Fogerty me resulta extraño. En fin, seguire sin interesarme por las letras de las canciones, no se me vayan a caer mas palos del sombrajo……..

  2. Quedé chascona con toda esta historia. Toda una vida escuchando ‘I put a spell on you’ en todas sus versiones, y todas muy sublimes y elegantes, nunca imaginé que su origen distara tanto de todo eso. De hecho ahora me hace todo el sentido del mundo la idea de los hechizos y todo eso👁
    Desconocía al Sr. Hawkins, me vengo a enterar de su existencia gracias a ti y fijate que me pareció un ser súper interesante. Su locura me recuerda un poco a Little Richard, pero amplificada a 1000. Y si el Ricardo ya era tabú, me imagino el nivel de paganismo que simbolizaba don Jay H👀

    • Desde luego que era un personaje digno de estudio, uno de esos que surgen de vez en cuando para alegrar la vida de los buscadores de anécdotas 🙂
      ¡Gracias por pasarte y comentar!

      • Jalacy Hawkins tuvo una vida bastante truculenta y azarosa quizás marcada por el orfanato y su familia de acogida. Tal vez mezclará su obsesión por el vudú, carabelas o esoterismo con alguna que otra adicción. Un saludo

        • La verdad es que no daba el perfil de alguien que dijese que no a una buena adicción; algún que otro homenaje ya se daría. ¡Gracias por comentar!

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