SUPERGRUPOS. ¿ÉXTASIS O AGONÍA?

SUPERGRUPOS. ¿ÉXTASIS O AGONÍA?

Hoy, para empezar, proponemos un ejercicio de retrospección. Vamos a cerrar los ojos y dejar que nuestra memoria viaje hacia una época cargada de inocuidad, simpleza e inopia. Vamos a retroceder hasta el colegio. Cada uno al suyo. Estamos concretamente en el recreo, esa particular Jauja de entre clases donde cabía lo mejor y lo peor de cada casa. Un espacio que solía ordenarse en grupúsculos de amigos de la más variada naturaleza y donde podíamos encontrar algunos elementos comunes; el de la cara bombardeada por el acné, la que era exageradamente delgada, ese que no hablaba mucho, el empollón o aquella que era más mala que un tonel de avispas. Sin embargo, en ocasiones se creaba una camarilla de gente rayana en la perfección que rebasaba todos los límites humanos en cuestiones de belleza, altura, comportamiento o rendimiento académico. Estos niños prodigio podían formar comunidad por diferentes razones; ya sea por conveniencia, por casualidad o porque alguna fuerza taumatúrgica los adhiriese entre sí irremediablemente. La mera existencia de estos clanes generaba una inevitable atracción, pero también desprecio, envidia y rechazo por partes iguales. Y todo esto, paciente lector, viene a cuento si se busca su reflejo en el mundo de la música popular, concretamente en la figura de los supergrupos.

¿Y eso qué es?

Atendiendo a una definición más o menos canónica, los supergrupos son aquellos que están formados por músicos que han alcanzado la fama previamente, ya sea en solitario o como parte de otra banda. De acuerdo con muchas fuentes, el origen de este término se remonta a las Million Dollar Quartet, que fue como se llamaron a las sesiones de grabación supuestamente improvisadas que reunieron en 1956 a Elvis Presley, Jerry Lee Lewis, Johnny Cash y Carl Perkins. Sin embargo, el primer supergrupo reconocido como tal lo fundaron en 1966 Jack Bruce, Ginger Baker y Eric Clapton bajo el nombre de Cream. Esta alianza se desintegraría dos años después, pero por el camino sentaría algunas de las principales bases de este tipo de agrupaciones: vida efímera, éxito estratosférico y cierta tensión de carácter narcisista entre sus componentes.

Porque la realidad es que la vida útil de los supergrupos no suele ser muy larga. Por lo general, el riesgo de derrumbe de estas bandas es directamente proporcional al volumen del ego de cada uno de sus componentes. Sin embargo, en ocasiones su formación responde a motivos livianos (a una ocurrencia en plena borrachera, por ejemplo) y su naturaleza es así premeditadamente efímera y, por lo tanto, más festiva o anecdótica. Este puede ser el caso de The Dirty Mac, que reunió a John Lennon, Eric Clapton, Keith Richards y Mitch Mitchell (de The Jimmy Hendrix Experience) durante un breve tiempo y con motivo de la grabación de la película-concierto The Rolling Stones rock and roll circus.

Los años finales de la década de los sesenta del siglo XX fueron testigos del nacimiento de otro supergrupo formado por David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash. Poco después, el trío dejaría de serlo mediante la incorporación de Neil Young y grabaría algunos discos entre los que destaca por méritos propios Déjà vu, una de las joyas indiscutibles del folk-rock estadounidense. Crosby, Stills, Nash & Young  fueron y volvieron, experimentaron tensiones, sufrieron las entradas y salidas de Neil Young y editaron nueva música tanto con el canadiense (CSNY) como sin él (CSN). Pero su existencia se prolongó en el tiempo hasta bien entrado el siglo XXI dando lugar a todo un rara avis entre sus congéneres.

El poder de atracción de los supergrupos

Si hay una cosa que poca gente podrá negar es que el anuncio de un nuevo supergrupo siempre produce cierta fascinación y genera toda clase de expectativas a su alrededor. Es lógico. La naturaleza de los músicos que lo componen es ya de por sí sugerente; a veces en sentido peyorativo, pero siempre llama la atención. Uno comienza a montarse toda clase de películas en la cabeza y pronto tiene configurada una realidad que en ocasiones no suele corresponderse con el resultado final, pero la semilla ya queda bien sembrada bajo tierra. Con el paso de los años, al menos en mi caso, el cuerpo aprende a impermeabilizarse y el espíritu se vuelve un tanto más cínico ante estas agrupaciones. Sin embargo, estos conjuntos llevan implícito algo irreprimible que hace difícil no darles al menos una oportunidad. Aunque luego no nos convenzan. O sí.

Los años setenta fueron testigos del nacimiento de un buen número de bandas de este tipo. Hubo de todo, pero no fueron pocas las que alcanzaron envidiables cotas de estabilidad y fama. Wings, Bad Company, Toto o Emerson, Lake & Palmer podrían servir como arquetipo durante esta década. Esta misma tónica la encontramos en los años siguientes con formaciones como Asia, Mr. Big o Traveling Wilburis, donde se dieron cita Bob Dylan, Jeff Lynne, George Harrison, Tom Petty y Roy Orbison. Así, los supergrupos comenzaron a ser algo de lo más habitual y, como en botica, no faltaba de nada. Incluso rumores y proyectos que nunca llegaron a fraguarse, ideas y buenos propósitos como aquella posible unión entre David Bowie y Elvis Presley; o habladurías que juntaban a Madonna, con Michael Jackson y Prince; por no mencionar el posible matrimonio entre Led Zeppelin y Yes o la reunión de John Lennon y Paul McCartney junto a David Bowie.

¿Es inevitable la guerra de egos?

Se dice que de la puerta del estudio de grabación donde en 1985 se registró la canción We are the world colgaba un letrero que decía: “Por favor, dejen sus egos fuera”. La idea fue del productor Quincy Jones que, acostumbrado a lidiar con la prepotencia inherente al estrellato, debió de pensar que sería una curiosa manera de quitar un poco de hierro a ese potaje llamado USA for Africa en el que se cocían, entre muchos otros, Bruce Springsteen, Michael Jackson, Stevie Wonder, Lionel Richie, Bob Dylan, Ray Charles, Bob Geldof, Phil Collins o Tina Turner.

Hay que tener las cosas muy claras para saber lidiar con el carácter de uno mismo, pero más para ser capaz de confrontar el propio narcisismo al de otros con los que se comparten similares niveles de egolatría. Y aquí está, en la mayoría de los casos, la clave del éxito de los supergrupos. En saber adaptarse, en llevarse bien, en no sentirse por encima de los demás, en disfrutar del talento ajeno. Parece fácil, pero está claro que no lo es. Ya en 1974, la revista Time los catalogó en el apartado de “fenómenos de rock potente pero de corta duración” y los definió como “una amalgama formada por los descontentos con talento de otras bandas”, formaciones “alimentadas por egos en constante duelo”. Estas palabras pertenecen a un artículo que aparentemente celebraba el regreso de Crosby, Stills, Nash & Young. Y resulta curioso, ya que la desintegración aparece aquí como algo inevitable, como un destino del que no es posible esconderse a no ser que la luz del conjunto resplandezca con mayor intensidad que la de la bombilla de cada uno de los miembros.

Expectativa y realidad

A comienzos de los años noventa del siglo XX, la música rock experimentó una reacción personificada en el grunge y en todo ese caleidoscopio de bandas jóvenes surgidas en el área de influencia de Seattle. Cualquiera podría pensar que el fenómeno de los supergrupos iba a desintegrarse, pero a partir del barro de esta nueva etapa se modelaron formaciones como Temple of the Dog, Automatic Baby (con miembros de U2 y REM) o Neurotic Outsiders, donde militaron componente de Guns n’ Roses, Sex Pistols y Duran Duran. En España, Saratoga se creó con retales de Barón Rojo, Ñu, Obús o Muro dando lugar a uno de los primeros y más  notables ejemplos del país.

En ocasiones, al menos a mí me pasa, la escucha de uno de estos conjuntos de mega estrellas puede arrastrar una sensación de incertidumbre sin que aparentemente exista una razón para ello. Las canciones suenan compactas, los músicos pueden alardear de ser auténticos virtuosos, la producción parece cuidada y minuciosa; el resultado es objetivamente bueno. Sin embargo, algo chirría bajo esa apariencia de esplendor cuando ninguno de los componentes está dispuesto a renunciar a su identidad personal en beneficio del conjunto, cuando todos los instrumentos (voz incluida) reclaman su lugar en el podio de lo excelso y se abocan entre sí a una sutil carrera para ver quién monta el caballo más gordo. Por supuesto, esta apreciación personal no pretende sentar cátedra ni hacerse extensiva a todas las bandas de este tipo, pero si me sucede a mí, es más que probable que otros sientan lo mismo. ¿No?

Con el cambio de siglo, la gente no desistió de esta sana tradición congregacionalista. En el mismo año 2000, Audioslave juntó a Chris Cornell con la base rítmica y la guitarra de Rage Against the Machine. El grupo funcionó durante unos cuantos años hasta que las tensiones internas condujeron a lo inevitable. También en los albores del nuevo milenio se gestó otro curioso proyecto de power metal sinfónico llamado Avantasia que reunió a varios músicos de la escena metalera del momento y contó con la participación de yo qué sé cuantísimos integrantes de una nada despreciable cantidad de bandas. Otros supergrupos que se fraguaron entre estos años y el presente son Them Crooked Vultures, formado en 2008 por Dave Grohl, Josh Homme y John Paul Jones; Prophets of Rage, que recogía sobras de Rage Against the Machine y Cypress Hill; Damnocracy, un curioso proyecto ideado para una serie de televisión del canal VH1 y en el que participaron gente como Sebastian Bach, Ted Nugent o Scott Ian; Superheavy, un batiburrillo que contó con Mick Jager, Dave Steward, Joss Stone, un hijo de Bob Marley y el compositor de música de películas de Bollywood A. R. Rahman; o Flying Colors, donde todavía a día de hoy confluyen Mike Portnoy y Steve Morse, entre otros.

Supergrupos. ¿Es oro todo lo que reluce?

Y la pregunta del millón es: ¿valen realmente la pena los supergrupos? Pues oiga, depende. El nacimiento de una banda estándar suele caminar por unos escalones más o menos comunes: unos pocos amigos se juntan para componer y tocar canciones, actúan en bares locales con la intención de beber gratis y ligar, ganan en calidad y seguidores, logran grabar un disco, etcétera. Sin embargo, un supergrupo ya tiene todo ese camino recorrido y su gestación puede responder tanto al capricho de un productor como a la ocurrencia de varios músicos consagrados. Así, la calidad suele estar asegurada, al menos en el apartado técnico. Porque el problema, como ya se ha comentado, es el propio carácter de los componentes y la cantidad de ego que estos estén dispuestos a supurar. Pero que no se me malinterprete, muchas de estas formaciones resultan geniales, suenan diferentes y en ellas puede apreciarse el trabajo bien cohesionado de profesionales que se entienden y saben colaborar entre sí. En otros casos, sin embargo, uno es incapaz de ver un conjunto y solamente puede centrar su atención en varias estrellas que parecen obligadas a compartir cama. Es una cuestión de matices, de pequeños detalles que marcan la diferencia entre algo que vale la pena y un accidente que corre todo el riesgo de convertirse en una parodia.

Imágenes de CErixsson

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