LA INFLUENCIA DEL DESIERTO EN EL ROCK. POLVO, ARENA Y MÚSICA.
Solamente aquel que haya estado sin compañía en medio del desierto puede hacerse cargo de su auténtica inmensidad. De su calor abrasador, garantía de una gravedad estática y pesada en ocasiones violentada por densas ráfagas de polvo y viento, de sus inabarcables montículos de tierra, altos e inestables bajo nuestros pies, o del titilante manto de estrellas que se extiende más allá de las fronteras de lo visible durante el contraste de frescas y silentes noches. Vaya ahora por delante que este no es mi caso. Yo de grandes extensiones de arena entiendo más bien poco. Sin embargo, uno puede imbuirse perfectamente del carácter primario y salvaje de estos ecosistemas gracias a la obra de los artistas que durante siglos han encontrado en ellos una inagotable fuente de inspiración. Hablemos, pues, de la influencia del desierto en el rock.
Arena, sol, espacio, quietud, viento y calor. Los desiertos, en general, se muestran bajo la apariencia de abrasadoras extensiones de vacío y sigilo, inapropiadas para la habitación y marcadas por una más que evidente profusión de condiciones adversas a casi cualquier situación. Entonces, ¿qué tienen para provocar la fascinación de tantos músicos que, generación tras generación, buscan inspiración en ellos?
Tal vez sea lo hostil de su carácter la clave de todo esto. Quizás, quién sabe, las musas se muestren más receptivas a la llamada de los mortales en medio de estos lugares de agresividad silenciosa; entre caprichosas formaciones rocosas, dunas, plantas resilientes y animales de lengua bífida. ¿Por qué no? Lo extremo del clima y la falta de estímulos e influencias del exterior podrían conducir a un mayor estado de introspección, a una mirada profunda hacia lo más íntimo que derive en la revelación del yo más fundamental de cada uno. Es posible que cuando alguien toma la decisión consciente de adentrarse en el desierto, este le corresponda con el don de desvincularse del universo y conectar profundamente consigo mismo. Podría ser así.
Enterradme en el desierto
Lo que sí que está claro es que la relación entre el desierto y el rock se remonta décadas en el tiempo. Los británico-estadounidenses America ya emprendieron a comienzos de los setenta su particular periplo a lomos de un caballo sin nombre y, mientras tanto, otros como Gram Parsons se dejaban arrastrar por el salvaje influjo de Mojave. El de Parsons es un caso especial, pues su figura completa no podría comprenderse desvinculada del desierto ni de todos los arrebatos alucinógenos y dipsomaníacos a los que el músico se daba con pasmosa regularidad, dentro o fuera de este tipo de paisajes.
“Esto es una mierda. Si me muero, quiero que alguien pille unas cervezas, me lleve al desierto y queme ahí mi cuerpo”. Parece ser que esta frase, aproximada, fue dicha por el propio Parsons durante el funeral de su compañero en The Byrds Clarence White. Pocos meses después, el 19 de septiembre de 1973, Gram Parsons sucumbe ante una última sobredosis en la habitación 8 del Joshua Tree Inn. Su manager, Phil Kaufman, se encargó de cumplir la voluntad del músico. Aunque para ello tuviese que robar su cadáver del aeropuerto de Los Angeles, conducir con él hasta lo más profundo de Mojave y pegarle fuego elevando así hacia las estrellas una densa columna de chispas y humo negro. Mediante este estrambótico episodio, Parsons pudo regresar al desierto que tanto amaba para ofrecerle un festín a base de su propia alma. En el momento de su muerte contaba con tan solo veintiséis años, poco le falto para ingresar en ese infausto club de los 27.
Lo malo de buscar la inspiración en el desierto es que no todo el mundo tiene uno a mano. En el sur de Estados Unidos y el norte de México es diferente, claro. Ahí están Colorado, Mojave, Sonora, Chihuaha y un sinfín de áridas extensiones que forman un vasto crisol alegórico para toda clase de músicos locales y visitantes. Más al sur, Los Jaivas ya cantaron a Atacama. Sin embargo, en la verde y ribereña Europa es más complicado establecer conexiones directas entre desierto y rock, principalmente por la notable falta de ejemplares del primero. Tal vez, solo en España puedan encontrarse algunos casos gracias a la presencia de Tabernas y Los Monegros; “al este del Moncayo solo hay sed y el desierto para correr”, palabra de Mauricio Aznar.
Luego hay tierras profundamente septentrionales donde los páramos son blancos; desiertos de hielo igualmente inhóspitos, fatalmente yermos, que soportan su propio folclore y generan una fascinación también mística entre quienes se dejan arrastrar hacia ellos.
Desierto, rock y stoner
Pero si queremos ahondar en la relación entre el desierto y el rock debemos regresar por fuerza a Estados Unidos, a California, más concretamente a la localidad de Palm Desert, perteneciente a Palm Springs, en pleno valle de Coachella. Este lugar fue desde mediados del siglo XX un centro de residencia y ocio para la élite adinerada; un oasis de golf y casitas de ensueño en el que no era del todo difícil toparse con Frank Sinatra o Katharine Hepburn. Sin embargo, esta utópica postal terminó por darse de bruces con los intereses de una generación de jóvenes que, desde finales de los años ochenta, hicieron gala de un gusto exacerbado por los monopatines, el punk, la marihuana y cualquier actitud que tendiese hacia el inconformismo. Estos ingredientes dieron forma a una ensalada de fuerte compromiso contracultural que derivó en la gestación de una escena musical propia, la de Palm Desert, germen del stoner rock.
Aquí el desierto tuvo mucho que ver; no en vano es el de Mojave el que circunvala cada rincón de este trozo de planeta. Los nativos del lugar (no los adinerados visitantes) crecieron acomodados a la severidad del entorno y esto contribuyó a crear un carácter predominante. Así, cuando algunos de estos jóvenes descubrieron la colección de discos de sus padres, el gusto por la autenticidad de otras décadas se unió a la expresión propia del lugar para dar lugar a esa nueva música que fue llamada desde stoner hasta desert rock. Lo de stoner, realmente, venía por lo de fumar marihuana (el vocablo inglés podría traducirse como porrero, o fumeta); sin embargo, cuando el género se desarrolló lo suficiente, quedó bien claro que ni todos los músicos stoner consumían hierba, ni todas las bandas que la fumaban hacían stoner.
Este estilo es tal vez el que mejor ha recogido el destilado que se produce al mezclar rock y desierto. En su base, toma preceptos de los clásicos de los setenta, pero también de las vertientes más sucias del blues y de los sonidos más densos del heavy metal, de eso que se vino a llamar doom. La influencia de los páramos areniscos de Mojave deja verse en composiciones largas y de tempos lentos, cargadas de distorsión y potentes riffs desarrollados entre arrebatos psicodélicos y tandas de improvisación instrumental. Bandas como Yawning Man fueron pioneras del stoner. Luego, su legado fue elevado a los altares por otros como Kyuss y sus sucesores directos: Queens of the Stone Age, Fu Manchu o Monster Magnet, por citar algunos de los ejemplos más reconocibles.
La fama de estas bandas provocó que el stoner extendiese sus tentáculos más allá de cualquier estéril territorio de sol y arena. Hoy en día, su legado no es discutible. Y mucho menos la fuerte carga simbólica e iconográfica que tiene en este tipo de rock el desierto.
También hay desierto sin rock
Alcanzado este punto, podría parecer que la presencia de estas tierras hostiles conlleva irremediablemente una capacidad creadora enraizada con los estilos musicales que aquí estamos tratando. No obstante, basta echar un vistazo a las áreas más áridas del planeta para comprobar que no siempre es así y que, en general, los factores culturales del entorno resultan determinantes a más no poder. Poca distorsión hay en el Gobi, que yo sepa. Incluso en Australia, con una impronta totalmente afín a la tradición occidental, los grandes desiertos no han servido como influjo general a los músicos marcados por el rock, salvo escasas excepciones de renombre como es el caso de Wolfmother.
Así que parece que es el folclore de cada pueblo quien finalmente marca las tendencias dominantes. Y aun así, en ocasiones este puede aliarse con sonidos un tanto dispares para lograr llamativas flores que brotan en los lugares más insospechados.
El blues del desierto
Históricamente, los bereberes se han extendido por todo el norte de África, desde Marruecos hasta Egipto, bajo la apariencia de diferentes pueblos entre los que aquí cabe mencionar el tuareg. La fuerte tradición nómada a la que estos se han sometido durante siglos fue decayendo desde mediados del siglo XX en favor de una sedentarización cada vez más evidente. Finalmente, los tuaregs se han asentado en diferentes países, desde Libia y Níger hasta Mali, Argelia o Mauritania. Todos estos territorios tienen varias cosas en común, pero hay una que tal vez prevalezca por encima del resto y es el desierto; ese gran Sahara que todo lo cubre y al que nada le queda por empapar.
Aquí no hay manifestaciones artísticas que busquen su reflejo en el desierto ya que es este el que cubre directamente todo aspecto cultural y social posible. Casi cualquier actividad cotidiana se encuentra condicionada por el rigor lacónico y severo de las dunas, desde la gastronomía y la vestimenta hasta el folclore. Sin embargo, un mundo tan aparentemente introspectivo como el del Sahara ha experimentado desde hace unos años una corriente creadora que, al menos en lo musical, parece haber sentado las bases para una nueva forma de relación entre rock y desierto.
Realmente, todo esto empezó en 1979 con el grupo maliense Tinariwen, un claro referente de los sonidos blues y rock en estas latitudes. Pese a su importante impacto social, especialmente durante la rebelión tuareg de los años noventa, su proyección profesional se retrasó hasta que lograron grabar su primer disco oficial a comienzos del siglo XXI. Pero el camino ya estaba allanado para quienes vinieron detrás y, hoy en día, la escena rock tuareg cuenta con numerosos representantes en cuya música se funden de manera natural la esencia tradicional del desierto con el rock, la psicodelia y el blues de los años setenta. No se trata tanto de un ejercicio de fusión consciente como de la expresión innata de un grupo de jóvenes que, tras descubrir a Jimi Hendrix, deciden combinar el turbante con las cazadoras de cuero, por así decirlo.
En la actualidad, la mayor parte de música rock sahariana se produce en Níger. De ahí son el grupo femenino Les Filles de Illighadad y Tal National, pero también los más grandes exponentes del momento: Bombino y Mdou Moctar. Estos dos son claros referentes de un estilo más psicodélico y contundente que se desarrolla en torno a la ciudad de Agadez, cuyo nombre ya comienza a vincularse al de una escena propia. Las conexiones inter-desérticas no son pocas y varios de estos artistas han viajado hasta Estados Unidos para grabar su música precisamente en el área de Mojave. Años atrás, el sello de Seattle Sublime Frequencies editó varios volúmenes de un recopilatorio que lleva por nombre Guitars from Agadez.
Festivales entre las dunas
Rock y desierto parecen ser términos condenados a acostarse en la misma cama. Ya sea por compartir rasgos de temperamento o porque el carácter duro y solitario de los yermos parajes favorezca la inspiración en algunos artistas, esta unión genera una esfera de atracción que resulta difícil de esquivar. No son pocos los grupos que cuentan con cactus, dunas y enormes bolas de fuego amarillento entre su iconografía definitoria. Del mismo modo, los grandes eventos que se desarrollan en parajes desérticos atraen cada año a multitudinarias muchedumbres amantes de la música.
En España, el mundo de lo electrónico tiene en Los Monegros una fiesta de referencia. Y qué podríamos añadir que no se haya dicho ya del famoso Burning Man y su ciudad efímera en Nevada. Hace unos año, en 2016, Desert Trip reunió sobre el mismo escenario a, nada más ni nada menos que The Rolling Stones, Bob Dylan, Paul McCartney, Neil Young, The Who y Roger Waters. Por último, y en las antípodas de la grandilocuencia respecto al anterior, el festival Duna Jam continúa siendo año tras año un reclamo exclusivista para las pequeñas turbas de amantes del stoner y el fuzz que consiguen llegar hasta la pequeña playa siciliana donde se celebra.
La música, en definitiva, es capaz de florecer en casi cualquier ecosistema.
Vaya con los alucinógenos. Esta frase… “Esto es una mierda. Si me muero, quiero que alguien pille unas cervezas, me lleve al desierto y queme ahí mi cuerpo”. Es impactante. Excelente post. Abrazos
La frase es impactante, pero todavía lo es más que alguien se tomase la molestia de llegar a robar un cadáver para hacerla realidad. Lo mejor de todo es que cuando los detuvieron solamente les pusieron una multa por hacer una hoguera en medio del desierto; a lo de llevarse un ataúd con cuerpo sin permiso no se le dio mucha importancia a nivel legal.
Me voy a poner la canción de The Joshua Tree de U2 para inspirarme mientras leo tu artículo. Saludos.
¡Buena elección! Espero que te guste.